Dos estudiantes universitarios se visten de superhéroes, y salen en Cali a cumplir con una misión.
No tengo habilidades especiales para movilizarme. No puedo volar ni correr indefinidamente, y si hubiera mar, debería decir que no puedo nadar muy bien. Tampoco cuento con recursos para adquirir un tanque urbano como el de Batman, ni soy tan femenino como para desear un avión invisible, así que me monto en un bus normal, vestido de civil. La promesa de lluvia parece inminente y muchas personas prefieren no moverse, así que voy en un transporte casi vacío a las diez de la mañana, recibiendo el son cubano del potente radio prendido de las paredes y desafiando en el tránsito a una de las ciudades más peligrosas del país, casi sin saberlo, deseando ignorarlo.
Pero el tránsito no es la aventura. Cinco canciones después de haber abordado el bus, mi destino se presenta imponente por las ventanas. Timbre, freno, se abre la puerta, un pie abajo, luego el otro, siento calor y caen goticas de agua, la buseta arranca… Y la parada se convierte en mi atalaya, y siento el deber de abandonar ese espacio seguro. Voy hacia la estación.
Ocultos de las miradas universitarias, inquisidoras y burleteras, Mauricio y yo trabajamos en nuestro atuendo. Retazos de bolsa negra adornaban el suelo y las sillas de aquel salón del último piso. Esta era la pierna, esta era la capa, la de allá el taparrabos y la de los huecos el antifaz. El cielo se había congelado desde temprano, y el día parecía esperarnos mientras nuestra labor era completada. En poco tiempo, las piezas separadas cogieron forma, y nos fuimos ataviando para la batalla diaria.
Mauricio había elegido una apariencia más ortodoxa y ceñida al cuerpo, y yo una falda larga. Pero el campo urbano de batalla no daba respiro y cualquier cosa podía suceder, así que nuestra ropa original cubrió el atuendo. Así emprendimos nuestra primera aventura como superhéroes en Cali. Y así empezó el calor en el día nublado.
Los pliegues de plástico conducen mi sudor copioso hasta la ropa interior, el pantalón y la parte baja de la camiseta que tengo puesta, pero recuerdo que los superhéroes no flaquean ni se quejan por esas cosas, así que me muevo un par de metros más cerca de la Estación Universidades del MIO. Y cerca a la estación noto que nuestro punto elegido está absolutamente solitario. Decepción.
Sin tener mucho tiempo para pensar, decido prender un cigarrillo en medio de la calle para matar los nervios, y caminar hacia la sección de alimentadores, que es descubierta y normalmente tiene un alto flujo de gente. Los únicos que permanecen impasibles ante las horas y los abordajes son los vendedores informales. Tres vendedoras de chontaduro para el mismo carro, una minutera con venta de mecato y un minutero… Con venta de mecato. Y todos están preparados con grandes sombrillas para el gran aguacero.
Pregunto a una de las mujeres del chontaduro por la hora de llegada y salida de la gente, y afirma con completa confianza que la multitud atraviesa el paso a las seis de la tarde. Agradezco y, resignado a perder el tiempo, me siento a contemplar alternativas. Aparece el mapa mental de Cali en una imitación psicológica del de la base de los Hombres X y el centro parece el mejor sitio, pero hay otro problema.
No sé por qué no nos dimos cuenta de que no habíamos definido nuestro campo heroico. La falta de objetivos perjudicó nuestra práctica, y la necesidad de que las cosas no fueran sólo una pose nos golpeó de frente. Ahora que nos habíamos movido un poco, el calor arreciaba con más fuerza, y el heroísmo ortodoxo de la pinta de Mauricio resultó mucho más incómodo. Un poco nervioso y acalorado, sintió el deseo de abortar misión, pero no era una opción. No porque el camino o la hechura de los atuendos guardaran enorme significado, sino porque el compromiso adquirido era voluntario, y no dependía de la ausencia o de la permanencia de las personas. Esa pudo haber sido la primera lección de superhéroe que recibimos. El ofrecimiento estaba, la causa llegaría eventualmente.
Y cayó con una ligera llovizna, de esas que suelen avisar grandes e instantáneos aguaceros. La llovizna nos bautizó como Súper Chuspín y Súper Chuspón. Los minuteros y vendedores de chontaduro presenciaron nuestro compromiso con llevar secos a los ciudadanos que no quisieran mojarse. Y los minuteros y vendedores de chontaduro también se comprometieron. Suplieron nuestra falta de preparación guardando nuestros bolsos y prestándonos sombrillas con una amplia sonrisa. Improvisación, ya teníamos nuestros trajes puestos. Y sin la ropa, el calor había amainado.
Ahora debo cumplir con mi labor. Me siento fuerte, dispuesto, solícito y atento, y sin embargo solo. Y sigue pareciendo que no ha pasado un segundo desde las 8:00 AM. Pasan las primeras personas, la llovizna no cesa del todo, y me acerco por primera vez a una estudiante que hace fila al descubierto para pagar su ingreso al sistema. Indiferencia, desdén y molestia. Ella accede con repulsión a que le cubramos y yo permanezco estoico ante aquel desaire. Ella entra a la estación y yo permanezco cerca, y observo con solicitud a varias personas que esperan dentro de la estación, bajo techo. Ofrezco mi servicio con respeto, para recibir una negativa más amable, y la policía y el guarda de la estación me llaman.
Piden que salga del espacio de la estación porque no puede haber gente enmascarada en el terreno, probablemente por razones de seguridad. Les explico que mi labor es de colaboración, que no exijo nada a cambio y que sería mejor ocupar la posición para cumplir con una mejor labor. Pero son inflexibles e insisten en que me vaya. Sus miradas se hacen más claras cuando descubro mi rostro para confrontarles. Comprendo que no se sienten molestos ni atropellados por mi tarea, pero deben cumplir con la suya. Cubro mi rostro de nuevo y regreso a donde estaba antes. Y la llovizna tiende a desaparecer…
Intentamos colaborar mientras ésta duró. Cada vez eran menos los que recorrían raudos el camino al bus, ignorando lo que pasaba; cada vez más los que paraban a observarnos o giraban la cabeza para observarnos; y ocasionalmente aparecía una persona que accedía a nuestro ofrecimiento con agrado y humor. Nuestros nervios no eran de acero, no éramos caballeros impasibles de alguna mesa redonda, sentimos gratificación al cumplir con la tarea las pocas veces que fue posible. Súper Chuspín y yo entablamos conversación con los civiles que preguntaron qué hacíamos y cuáles eran nuestras motivaciones.
De no ser por ellos, no hubiéramos podido constatar la importancia de aquella aventura, ni tampoco enterarnos de las interpretaciones graciosas. Le fue posible adivinar a la ciudadanía transitante que Súper Chuspín y Súper Chuspón participaban en una protesta por algún motivo desconocido, la búsqueda de recompensa monetaria por el servicio que intentábamos brindar, en alguna campaña de concientización, en regalar abrazos, o, como dijo la última persona a la que pudimos cubrir de la llovizna que no volvería, en un performance artístico…
Es momento de abortar. El calor se hace inclemente y el sol no se va a ocultar en un buen tiempo. Ahora sólo estamos sentados, mi compañero y yo, discutiendo sobre asuntos triviales, hablando sobre nuestras vidas y dejándonos ver. Ya no tiene sentido esperar la lluvia, ya no va a llover. El tiempo se descongela, el calor es impresionante debajo del atuendo de bolsas, ya me estoy insolando, ya va a ser mediodía y hasta ahora el cielo se despeja. La misión no ha sido cumplida.
Me quito pedazos de la falda y pienso que no teníamos objetivos claros desde el principio y que todo es ganancia. Me pongo el pantalón, lamento que no haya llovido. Me quito el torso de bolsa, pienso en toda la gente que miró y sonrió; me seco el sudor, me pongo la camisa, me pongo optimista y creo que es un cambio… Y cansado, doblo las piezas de mi traje y las deposito en el tarro de la basura más cercano. Recuerdo a los dos grupos de estudiantes y a la franquicia callejera de Movistar que me pidieron fotografías. Sonrío. Me quito el antifaz y lo guardo en uno de los maletines que saqué de la venta de chontaduros, y pienso que luché contra la indiferencia como todos los superhéroes serios lo hacen, a pesar de no haberme podido convertir en uno por la ausencia de lluvia.
Después de haber pasado por esto, es fácil creer que hay personas dedicadas a invertir parte de su tiempo en contribuir a sus comunidades atrapando criminales a través del arresto ciudadano, coordinando patrullas civiles, organizando el tráfico, ofreciendo primeros auxilios o simplemente ayudando a las personas a cargar paquetes o a mudarse de casa. Estos superhéroes de la vida real, que ya están organizados en Estados Unidos y en Europa, luchan por hacer que la vida en sociedad importe .
Ambos nos fuimos en transporte público a desafiar a Cali de nuevo, con el cielo despejado y soleado.
Brutal!
ResponderEliminarParcero ! esta muy bueno, casi logras entrar a la Liga, lamento la falta de lluvia. Me alegra que no seas un huevón como el tipo de las noticias.
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