Hacer colas en un banco no tiene movimiento, no guarda complejidad, no divierte ni lleva inexorablemente a otra cosa que represente un logro significativo. Sin temor a escribirlo ni al remordimiento de haberlo hecho, es una de las labores más aburridas, inútiles y menos desafiantes del mundo.
Es entrar a un sitio a meterse dentro de unas cintas sin saber cuándo se va a salir, dispuesto a perder el resto del día por si pasa algo, esperando a que las personas corran y dar un pasito hacia adelante a su vez hasta llegar al glorioso momento de estar de primero en la fila, que resulta más satisfactorio que estar frente al cajero.
Es encontrarse parado entre dos personas a las que no se conoce, con las que probablemente hay cosas en común pero no hay disposición por parte de nadie para compartir, con mucho dinero en el bolsillo que no se puede gastar, metido en un sitio que por su diseño no permite el desarrollo de la creatividad ni la aplicación en ninguna de sus formas y regido por reglas casi en su totalidad inútiles y que a su vez son explícitas y tácitas. ¿Tanto temen un robo que le impiden a uno escapar de semejante infierno a través del celular? Aparte, ¿Quién dijo que no se podía conversar en un banco? ¿Por qué el silencio? ¿Por qué solo está la música que uno puede llevar en el mp3? ¿Por qué no ofrecen una banda sonora mejor? ¿Por qué no ofrecen una banda sonora en lo absoluto?
Supongo que para todo el mundo la ida al banco es tediosa. Supongo que para los cajeros, los guardas, los gerentes, los administradores, los policías que hacen rondas y acompañan a la gente con grandes retiros, el personal de aseo y los personajes del carro de valores la ida al banco es tediosa. El ambiente que se respira es tedioso y opresivo, algo incombatible para toda la psicología de color empleada en los bancos. El silencio, el ruido, todo empeora la situación dentro de un banco. Para mí representó una alternativa en algún momento muy egoísta la lectura dentro de los bancos, pero empecé a descubrir y analizar todo lo que les he comentado y el ambiente terminó aniquilando mi mejor alternativa…
En un afán de usar mejor ese tiempo y evitar el desgaste físico y ese dolor constante en los talones que no se quita al buscar acomodo en el estiramiento, las bases de las cintas separadoras, una pared o un poste ocasional, he descubierto una alternativa a estar parado y ahora les recomiendo sentarse en los bancos.
Ya que en su genialidad y optimización del empleo del tiempo los banqueros reputados y afamados no contemplaron al consumidor pedestre y no hay sillas en las filas ni posibilidad de conservar el puesto al sentarse en la ínfima cantidad de éstas frente a los siempre presentes cubículos de atención al cliente y asesoría comercial, la mejor alternativa que he encontrado después de una seria investigación a través del ensayo y el error es el sentado hindú en el limpio suelo del banco, que afortunadamente para mí ha sabido mantener las apariencias con una higiene impecable.
Como repercusión, los habitantes de la pequeña nación de la fila de ese preciso momento reflejarán en su rostro sus sentimientos. Mirarán estupefactos, admirados, indiferentes. Mirarán mientras cuentan sus grandes fajos que representan más minutos para todos los que están también en esa fila. Mirarán con ganas de sentarse también. Mirarán con pudor. Mirarán con vergüenza de mirar. Mirarán con rabia. O mirarán con ternura. Lo que es claro es que siempre miran.
Es gracioso cuando los celadores también miran. Se puede ver en sus rostros la disyuntiva que en su cerebro despierta: decir o no decir algo. De las pocas cosas bellas en los bancos que he podido encontrar, porque tienen en su poder a las cajeras y asesoras más bellas de toda la empresa privada, puedo destacar y usar hasta el hartazgo el hecho de no encontrar un solo reglamento que diga que el joven o el anciano que ose ingresar a dichos aposentos no podrá sentarse en el suelo del banco en ningún momento. Es una disyuntiva evidente al devolver la mirada al guarda. Y es gracioso porque jamás dirá algo. Mirará curioso pero no se quejará ni tratará de “corregir”, por lo que el sentado ocasional podrá reír abiertamente y permanecer en su posición sin temor a ser oprimido por la autoridad local.
Puede resultar tan revolucionaria esta actitud que otras personas pueden sentarse también, subvirtiendo el orden de aquel país, que dura tan solo minutos, por toda su eternidad; causando de nuevo la mirada atribulada de los guardas y el espanto de los más penosos.
Sí, se pierde el tiempo de todas maneras. Sin embargo la misma conmoción podría moverlo a uno a leer, a escribir, a pensar. La creatividad vuelve a los ojos con el fervor del cambio. Es mucho mejor.
07/04/2010
(Me aprendí la fecha llenando consignaciones)
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