“Encierro”
15 de Septiembre de 2010
Viene la psicóloga... Escucho sus pasos por el resquicio de la puerta y ya desde acá se huele su perfume sutil pero distintivo. Desde hace un tiempo perdí la noción del tiempo por el encierro, pero hasta donde supe (o quise saber) ella asistía una vez por semana...
Lo que no olvidé jamás fueron las medidas de seguridad que tomaban para la venida de la psicóloga. Eran laxas, pues ella se comportaba bien con los guardias. Jamás la revisaban, jamás ponían problema para que entrara y saliera durante su visita.
Su botiquín, cargado de agujas, torniquetes y herramientas de electricista, pasaba desapercibido; y con esas herramientas, su joven rostro era clínico al chuzar mis articulaciones, aplastarme los dedos de los pies, retorcer, cortar mi piel, desangrarme y demás... Sus ojos brillaban al ver mi sangre correr a raudales...
Creo que los guardias siempre pensaron que ella me evaluaba y trataba de mantenerme cuerdo durante este ilógico encierro. O yo era el ingenuo y ellos sabían quien era esta maniática y pervertida mujer. Pero después de cierto tiempo no importó. Cuando me desmayaba del dolor, ella limpiaba todo para evitar sospechas. A pesar de todo, siempre supuse que se despedía sonriendo de los guardias, supuestamente ingenuos...
Ya le abren la puerta y veo sus ojos grises. He trabajado duramente en zafar las esposas que me ponen mientras ella no está, a costo de perder gran parte de la movilidad de mi mano izquierda. Cuando cierran la puerta y ella se acurruca para sacar sus implementos de martirio yo estoy desatado y tomando su cuello con la mano derecha.
Me es difícil sostenerme en pie. Soy una sombra de lo que era antes de haber sido retenido; calculaba estar pesando unos cuarenta kilos, después de haber pesado poco más del doble afuera… Había adelgazado todo el cuerpo, incluso las muñecas, y eso me hizo libre. Pero era débil.
Sin embargo la fuerza de mi mano derecha (la justiciera) no había decaído un ápice. Una vieja herida se abrió chorreando su rostro. Noto que intenta acercarse a su botiquín ya abierto, en busca de un cuchillo para zafarse de mí. Le sonrío en la cara y le tuerzo la tráquea. La empujo y cae al suelo: para ella no hay ya ningún tipo de salvación. Sin poder articular palabra se sacude graciosamente en el suelo mientras se le acaba el aire y sufre una dulce muerte. Demasiado dulce.
El intento de permanecer parado me aturde... Tengo que sostenerme en mi silla de cautiverio para poder acostumbrarme de nuevo. Toma un tiempo bastante largo...
Quiero recordar qué he hecho para estar en este sitio mientras me recupero de la agitación. Después de haber repasado incontables veces mi vida, durante lo que creo que han sido tres años, no logro pensar en haber hecho algo más grave salvo el robo de un par de imanes, chicles o revistas a un centro comercial. Eran épocas difíciles, y de regreso a mi casa un fin de semana, una camioneta con el logotipo del DAS me detuvo y anestesio. No he visto el sol de frente desde entonces.
Después de la anestesiada amanecí con golpes en todo el cuerpo, el cabello cortado y las piernas rotas. Después me curaron en dos meses y esta morbosa (y ahora finada) psicóloga empezó a ir. No supe mas, no pregunte a nadie. Estaba solo, y desde el principio supe que saldría solo. Sino moriría.
Con los implementos que tenía en su botiquín la doctora, corto parte de su ropa para utilizar como vendaje. Ya no siento dolores, así que al torcerme la mano izquierda a su posición apropiada no pasa nada, ni siquiera se me inflama. Gano parte de la movilidad pues no se había roto sino dislocado. Igual acomodo parte de la ropa de esta mujer alrededor de la muñeca. Ya prevenir no es lamentar. Soy una piltrafa humana y mi vida vale menos que nada. No me aferro a ella ni por la venganza, solo por pereza de morir.
Mi cabello no volvió a ser cortado desde el arresto, mucho menos mi barba. Así que intento hacer cómodo el movimiento de la cabeza cortando con el mismo cuchillo una buena parte de los mechones mugrosos y enrollados. No me atrevo a cortarme la cara, por lo que el vello desordenado y desarrapado permanece.
Me pongo algo de la ropa que ella tiene puesta, y espero un poco más.
Aunque siento que mi vida en estas condiciones ya no tiene valor, trato de meditar en el protocolo repetitivo que usaba esta mujer para salir del sitio. Antes de desmayarme hace un par de semanas noté una cadencia especial para salir. Jamás había cambiado. Ella era una estúpida. Reviso el botiquín y encuentro algo de comida, algo de desinfectante, pañuelos absorbentes, más armas blancas, algunos papeles en carpetas con el logotipo del DAS y una pistola con silenciador.
Creo que hoy me iban a matar. Me rio en mi cabeza de lo hecho hasta ahora sin sentir el mas mínimo remordimiento y le lanzo un cuchillo a la pierna. Se inserta y ella, muerta, ya no responde.
Introduzco el proveedor en la pistola y la cargo. Es demasiado pesada todavía para mí, así que tengo que acostumbrarme... Hago un par de ejercicios mientras como vorazmente lo que en su maleta había: una ensalada de frutas.
Era una perra saludable.
Aun no deja de impresionarme la pasividad del exterior para conmigo. Supuse que llegarían a revisar que todo iba bien después de un tiempo, pero no lo han hecho. ¿Entonces ellos saben que hoy moriré? Aunque no tiene sentido que haya silenciador... ¿Estaré en la ciudad? ¿Estaré en un sitio próximo a ella? No escucho nada del exterior…
Decido entonces arriesgarme a salir. Si me toca morir, creo que moriré con dignidad, nuevo corte de cabello, recién comido y... ¿Follado? Carajo, ¡no lo había pensado! ¿Cómo no jugar algo con este personaje a mi merced?
Su mirada de espanto no opaca en lo absoluto su belleza. Ojos grises, cabello rubio, color blanco níveo, labios carnosos y rosados. Pensé entonces en como seria su cuerpo desnudo… Y muy en contra del accionar cotidiano de mi época de civil documentado, respetado, ileso, VIVO, decidí tomarme tiempo para explorar su cuerpo.
Había quitado su bata para hacerme la venda de la mano y hasta entonces no me fije en su blusa negra y ceñida. Parece un corsé. Lo toco y no es ceñido en lo absoluto, solamente está metida la blusa en el pantalón y su cuerpo es perfecto... Busco un cuchillo e intento romper su blusa porque me es imposible levantar sus brazos. La saco del pantalón y veo un abdomen blanco, delgado, con un ombligo perfecto y pienso que sus pezones son rosados...
Recuerdo instantáneamente las frases de mis amigos (ex-amigos) relacionadas con la muerte proporcionada por una mujer bella y sensual... Y no dejo de pensar en lo idiotas e hijos de puta que parecen ahora.
Me pasma mi propia lentitud, pero creo no tener energías suficientes para hacerlo más rápido, por lo que sigo a un ritmo lento y descubro un top bien elástico, que cubre sus senos suaves y erectos...
No tengo ni idea de cuánto tiempo ha pasado, pero el cadáver de la novia sigue cálido. Pareciera dormida... Cuando rompo su top brincan sus tetas grandes y rozagantes... Tienen pecas cerca al pezón y quiero chuparlas...
Pero siento pasos alrededor de la celda. Pasan mi puerta, regresan afanados y hacen ruido para abrir; y yo cierro los ojos y me aferro con fuerza al busto de esa rubia inerte…
Siento cómo me arrastran de las piernas, cómo me sacuden, cómo golpean mis costillas resentidas y cómo me arrebatan de las manos esas espléndidas y deliciosas tetas… Grito hasta más no poder… Pero luego se hace silencio, luego ruido de radio… No hay calabozo, no hay sangre ni muerte; sólo sol, alcoba y olor a desayuno. Despierto sacudiéndome el rostro con una sensación extraña, me sentía observado...
Y descubro a mi madre que, entre el espanto, el asombro y el asco, observa mi espontánea erección matutina, acompañada por el ripio de una exigua polución nocturna…
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