Según AFACOM , el comunicador social con énfasis en periodismo puede desarrollar su profesión en medios impresos, audiovisuales y digitales; estando capacitado para fungir como reportero, redactor jefe, editor en los impresos, director de contenidos en proyectos de prensa digital, investigador, guionista y libretista de radio y TV; aparte de poder manejar oficinas de comunicación de instituciones públicas y privadas. La prioridad se convierte en crear un contacto efectivo con el ciudadano que consume la información.
Desde la academia se pide al estudiante presentar trabajos coherentes, pertinentes y veraces; desde el campo laboral, el periodista de prensa debe redactar eficientemente todos los sucesos que se le presenten, cumpliendo, además, con las directrices del jefe de redacción y de la línea editorial del periódico.
Ambos ejercicios constantes y repetidos tienden a exacerbar dichas angustias hermanadas, limitando el campo de acción y visión del periodista al deber de turno. Dentro de lo envolvente, agotador y necesario de la comunicación, el comunicador termina alejándose de gran parte de situaciones y circunstancias tangenciales a su trabajo.
Los voceadores, que se encargan de vender la prensa al transeúnte en las calles de la ciudad, son víctimas de la distancia impuesta por el afán de contar. Su labor, sin ser denigrada, es completamente ignorada dentro de los consejos de redacción y las aulas de clase; aun siendo éstos los que hacen que la noticia llegue al común… Aún siendo los que están más cerca de ella.
Recuerdo un caso vivido en Cúcuta. Un par de periodistas fueron a entrevistar a la familia de un soldado cucuteño que falleció desactivando minas en el departamento de Arauca; y entre sus integrantes había una voceadora del Q’hubo, que comentó que se había negado a trabajar durante dos días para no vender la imagen de su hermano muerto.
Por su trabajo, así como por su extracción social, viven las calles y las ciudades como pocos; convirtiéndose en fuente esencial de sucesos cotidianos, y comerciándolos.
Las dos ubicaciones comunes, en semáforo y en acera, definen formas de acomodar la prensa: Un voceador de semáforo acomoda sus ejemplares en el brazo y el antebrazo, metiéndose entre los carros y parándose frente a las distintas ventanas, para que las personas en los carros ojeen la prensa y decidan comprarla; un voceador de acera los ubica en pequeños montículos, para que las portadas sean completamente visibles, y se sienta a esperar a que lleguen los clientes.
Las ventas tienen frecuencias diferentes pero claras para cada día de la semana; así que durante el medio día que trabaja el voceador, ya sabe en qué momento venderá más y cuándo debe irse, así como la fama de cada lugar al que es asignado. Hay días buenos y días malos, condicionados, según ellos, por diferentes circunstancias.
La proliferación de los medios electrónicos les ha resultado fatal, pues ver prensa en internet resulta mucho más económico que comprarla, y muchos antiguos voceadores renunciaron por no poder vender; los acuerdos de venta entre los establecimientos comerciales y los periódicos también han resultado nocivos, por la gran dificultad de competir con ese ámbito; incluso, aspectos tan sencillos como que el semáforo de turno se demore más tiempo en verde, puede repercutir negativamente en la venta del día.
Pero aun dentro de esta dinámica impredecible, hay mucho en manos de los periodistas y sus circunstancias difusas. Aunque los hechos y sus repercusiones no estén al alcance de quien los relata, un titular poco atractivo o una noticia mal escrita marcan una gran diferencia dentro de la vida de un voceador. La responsabilidad del periodista; usualmente limitada a la objetividad, veracidad, neutralidad y otros aspectos relacionados con la información; trasciende su plano corriente al contemplar casos como estos.
La falta de consciencia frente al entorno, hace que la flojera, la poca claridad en conceptos, o un mal día, puedan significar el hambre para quien vende periódicos en las calles; así éste intente levantarse cualquier peso, valiéndose de los fascículos semanales, o de los juguetes esporádicos incluidos en ejemplares especiales.
Por esto considero que es vital para que un periodista cumpla con su labor, saber que alguien depende directamente de lo bien o mal que lo haga. Por lo menos, parte de la solución para que alguien no sufra de hambre se encuentra en sus manos, y esto debería ser suficiente motivación para evitar la mediocridad.
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