Antonio presentaba un espectáculo circense con su gato, a la hora del almuerzo, los martes y los jueves, en un teatro destartalado del centro.
El show no era bueno. Recogía trucos básicos, predecibles y repetidos; pero lo hacían bien, en un intento por cautivar a la minúscula concurrencia. Ésta consistía en cuatro o cinco personas, cuyo único interés al ingresar y pagar la boleta era recibir el aire acondicionado del lugar, y tomar una siesta. Ocasionalmente, algún asistente se encontraba despierto y se veía obligado a aplaudir por pura cortesía.
Cierto día, en uno de los programas matutinos regionales, uno de los números preparados canceló su presentación; los productores del programa se afanaron a conseguir a cualquier espectáculo decente para mostrar, pero todos estaban contratados en diferentes eventos.
A pesar de su mediocridad, Antonio ya guardaba cierta fama, por lo que fue contactado para llenar ese espacio en blanco. Le dieron la información pertinente y avisaron con tiempo para que pudiese trabajar mejor su rutina.
Al colgar, la dicha lo embargaba. Obnubilado por lo sucedido, el amo decidió que debía deshacerse de su compañero ya que era menos importante, menos talentoso.
Empezó a presentarse solo en el teatro, pero rápidamente descubrió que no era lo mismo. El gato recibía bolas de malabares, cruzaba aros de fuego, saltaba por trampolines... Sin él, las bolas se caían, el aro quedaba encendido, y Antonio saltaba como un idiota.
Buscó a su antiguo compañero y no lo encontró por ningún lado, por lo que, en un arranque de desesperación, decidió conseguir otro gato.
Intentó ensenarle todos los trucos de la rutina en una sola noche. Ya era de día cuando considero que el gato nuevo había aprendido todos los trucos. Después de una pequeña ducha, arrancó en un taxi a la televisora.
Media hora después de haber llegado, les notificaron que era el momento de presentarse. Una señal del personal de producción les dio la salida, y el número empezó.
La alegría y el ánimo de Antonio contrastaban con la inanición y el desprecio que el gato mostraba ante cualquier insinuación de truco; el trabajo de toda aquella noche se había quedado en nada.
Mientras el gato permanecía sentado en el suelo, moviendo su cabeza, su amo trataba de abarcar el espectáculo por si solo; la alegría se torno en angustia por abarcar tantos trucos a la vez. Era de esperarse que se le cayeran las bolas, que le tocara pasar a él mismo por ese aro en fuego... En fin, era un fracaso predecible.
Resignado, pensaba que al acabar al show debía enfrentarse a los abucheos de la muchedumbre. Estaba seguro de que era el peor espectáculo de su vida, que ese sería el final, que tendría que buscarse otra profesión, pues en el teatro no le recibirían...
No había notado que la audiencia estaba muerta de risa y que, encantada por lo visto, pedía mas y mas. Confundido y agitado por lo duro de la rutina, agradeció al público al final de su improvisada farsa. Se le había acabado el tiempo, pero Antonio se negó a abandonar la tarima para disfrutar de los aplausos de la nutrida concurrencia.
La producción termino mandando a uno de sus asistentes para que lo sacaran, pues estaban ya fuera de horario.
Fuera del estudio de televisión, sintiéndose más importante que nunca, decidió despedir a su reciente compañía. Riéndose con sorna, le dijo que el programa lo quería a él por haberlo hecho todo. Se disculpó con su compañero por haberle generado falsas expectativas con esta aparición, y se despidió de él en la acera, deseándole un buen futuro.
No mucho se supo de Antonio después de esto. Hizo un par de presentaciones mas en el programa, pero sin la angustia que proporcionaba la inanición del gato, el número no pasaba de ser un tipo haciendo estupideces sin sentido. No duro mucho tiempo más en el matutino.
Poco tiempo después, lo sacaron del teatro también. Su ridículo solitario no representaba atractivo para nadie, ni siquiera para la gente que iba a hacer siesta.
Esa pudo que haber sido la señal para que se alejara inexorablemente del mundo del entretenimiento.
Jamás buscó a sus anteriores compañeros. Prefirió emplearse como mesero en un restaurante italiano, ver cómo pasaba la vida, satisfaciendo sus necesidades y, de pronto, dejando que la ciudad lo absorbiera de nuevo, consciente de que su momento especial ya había pasado.
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