30 ago 2012

Sobre Azcárate y la histeria colectiva


El tiempo que he retrasado escribir esta tarea ha sido el tiempo que se ha demorado la opinión pública en superar la columna de Alejandra Azcárate sobre las incomodidades que podrían generar las gordas en la vida cotidiana para el flaco de a pie. Tengo presente que la autora alegó, en medio de la controversia de su manifiesto,  que creía que no iba a pasar nada.

No me sorprende, en Colombia la ingenuidad se vive con entusiasmo, solo era cuestión de tiempo para que de verdad no pasara nada.

Ya se ha comentado mucho la ofensa nacional por parte de Azcárate, pero para pelear se necesitan dos. O más. Hubo mucho internauta que se ‘quiso poner la diez’ y buscó pronunciarse en contra de cualquier forma posible, haciendo de la columna un trending topic durante más de dos semanas. Los medios digitales le respondieron a Azcárate.

Respondieron. Acá se me complica a mí. ¿Para qué responder a una columna que considero patética? En mí, la sorpresa superó a la ira por un par de motivos. El encarnizamiento de esa mujer me hizo pensar, después de mucho tiempo, en la palabra sevicia (para mí, palabra del fútbol). Si supiera dibujar mejor, hubiese contribuido a la histeria colectiva del tema con la ilustración de una Azcárate frenética y asesina.

Y bueno, todos los que perdimos tiempo valioso leyendo toda esa barbaridad no sólo vimos un humor flaco sino un estilo precario, cojo, escolar. Flaco. No era chistoso porque la columnista no sabe escribir. Porque se burlaría de una gorda con un baguette en la mano y no con una morcilla. Porque ante el carnaval de lo evidente y los argumentos de toda la vida, para sabotear a los gorditos existe otra métrica y ella habla como el manual de un mueble modular. Estoy seguro que se dicen cosas muy feas todos los días, pero si uno se va a meter con alguien, que sea con la espontaneidad del perfume de un bollo.

Pero respondieron. A pesar de todo, hubo quien ociosamente se dedicara a responder punto por punto a la revista Aló. Y no fueron una, dos o tres respuestas. Fueron muchas, mucha gente opinaba creyendo hacer un ejercicio de conciencia y de libre expresión, replicando de manera fastuosa y elevada los ‘conceptos’ de Azcárate.

¿Era peor que la columna pasara de agache y fuera poco leida? ¿Qué decían las respuestas? “Mirá, las gordas follan re bien y ‘a la carta’”, “somos felices”, “desgalamida”. ¿Por qué se justificaron? ¿Por qué le dieron tanta vuelta al asunto? ¿Explotaron la columna para defender a un segmento del mercado, por el que solo se preocupan los comerciales? ¡Que va! No había tan buena intención, no seamos inocentes. También buscaban visitas y seguidores. Es la panacea del siglo 21. Falsos dolientes.

Algunos medios entrevistaron a varias personas por ser gordas y aparecieron cantantes, escritoras, profesionales, desempleadas. Uno empezó a notar que por ahí estaban haciendo sus cosas y que tenían voz, carácter, la verdadera gordura, la cualidad de lo robusto. Las mamás y las tías y los tíos y mucha gente importante en la vida de uno ha sido gordita, y uno se ha perdido en esos abrazos magníficos que no interrumpen los huesitos de ningún tipo.

Apenas a un mes y pico de la controversia, ya todo el mundo se olvidó del asunto y los gordos hacen parte del paisaje, de nuevo. De pronto porque ser gordo, de verdad, no está mal.

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