El
tiempo que he retrasado escribir esta tarea ha sido el tiempo que se ha
demorado la opinión pública en superar la columna de Alejandra Azcárate sobre
las incomodidades que podrían generar las gordas en la vida cotidiana para el
flaco de a pie. Tengo presente que la autora alegó, en medio de la controversia
de su manifiesto, que creía que no iba a
pasar nada.
No
me sorprende, en Colombia la ingenuidad se vive con entusiasmo, solo era
cuestión de tiempo para que de verdad no pasara nada.
Ya
se ha comentado mucho la ofensa nacional por parte de Azcárate, pero para
pelear se necesitan dos. O más. Hubo mucho internauta que se ‘quiso poner la
diez’ y buscó pronunciarse en contra de cualquier forma posible, haciendo de la
columna un trending topic durante más de dos semanas. Los medios digitales le
respondieron a Azcárate.
Respondieron.
Acá se me complica a mí. ¿Para qué responder a una columna que considero
patética? En mí, la sorpresa superó a la ira por un par de motivos. El
encarnizamiento de esa mujer me hizo pensar, después de mucho tiempo, en la
palabra sevicia (para mí, palabra del fútbol). Si supiera dibujar mejor,
hubiese contribuido a la histeria colectiva del tema con la ilustración de una
Azcárate frenética y asesina.
Y
bueno, todos los que perdimos tiempo valioso leyendo toda esa barbaridad no
sólo vimos un humor flaco sino un estilo precario, cojo, escolar. Flaco. No era
chistoso porque la columnista no sabe escribir. Porque se burlaría de una gorda
con un baguette en la mano y no con una morcilla. Porque ante el carnaval de lo
evidente y los argumentos de toda la vida, para sabotear a los gorditos existe
otra métrica y ella habla como el manual de un mueble modular. Estoy seguro que
se dicen cosas muy feas todos los días, pero si uno se va a meter con alguien,
que sea con la espontaneidad del perfume de un bollo.
Pero
respondieron. A pesar de todo, hubo quien ociosamente se dedicara a responder
punto por punto a la revista Aló. Y no fueron una, dos o tres respuestas. Fueron
muchas, mucha gente opinaba creyendo hacer un ejercicio de conciencia y de
libre expresión, replicando de manera fastuosa y elevada los ‘conceptos’ de
Azcárate.
¿Era
peor que la columna pasara de agache y fuera poco leida? ¿Qué decían las
respuestas? “Mirá, las gordas follan re bien y ‘a la carta’”, “somos felices”, “desgalamida”.
¿Por qué se justificaron? ¿Por qué le dieron tanta vuelta al asunto? ¿Explotaron
la columna para defender a un segmento del mercado, por el que solo se
preocupan los comerciales? ¡Que va! No había tan buena intención, no seamos
inocentes. También buscaban visitas y seguidores. Es la panacea del siglo 21. Falsos
dolientes.
Algunos
medios entrevistaron a varias personas por ser gordas y aparecieron cantantes,
escritoras, profesionales, desempleadas. Uno empezó a notar que por ahí estaban
haciendo sus cosas y que tenían voz, carácter, la verdadera gordura, la
cualidad de lo robusto. Las mamás y las tías y los tíos y mucha gente
importante en la vida de uno ha sido gordita, y uno se ha perdido en esos
abrazos magníficos que no interrumpen los huesitos de ningún tipo.
Apenas
a un mes y pico de la controversia, ya todo el mundo se olvidó del asunto y los
gordos hacen parte del paisaje, de nuevo. De pronto porque ser gordo, de verdad,
no está mal.
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