4 may 2012

Análisis sobre el papel de los medios en el genocidio Ruandés, donde todo salió re mal.


Según testimonios recogidos por Alison des Forges, consejera de la división africana de Human Rights Watch, en marzo de 1992 se usó por primera vez la radio en Ruanda para promover directamente el asesinato de los tutsi en un lugar llamado Bugesera, al sur de Kigali, la capital del país. Radio Rwanda era una radio institucional. Se ideó un anuncio para convencer a los hutu de la necesidad de protegerse atacando primero. Guiados por soldados de una base militar cercana, los civiles hutu atacaron y mataron a cientos ese día.

La labor de los medios es reflejar el sentir del pueblo, de la época, de las situaciones. Los tutsis en el poder eran una minoría en el país encumbrada caprichosamente por Bélgica al llegar a colonizar y se habían convertido en élite dominante en Ruanda. Sin embargo temían ser eliminados. Los hutu sentían miedo de ser explotados y tampoco sentían deseos de compartir el poder. Sólo la alta densidad de población en el país hacía del uso de la tierra un grave problema, los hutu se dedicaban a la agricultura y los tutsi a la ganadería. Unido todo a vivir una de las hambrunas más serias en toda la historia de Ruanda, las condiciones estaban dadas para que pasara cualquier cosa. Ahí estarían los medios narrando las cosas, transmitiendo tensiones y peligros a través de radios y revistas.

Durante los 100 días que duró el genocidio, fueron asesinados entre ambos grupos étnicos 800 mil y 1 millón de ciudadanos. 100 días de violencia mediática de puertas para adentro y de total indiferencia hacia el mundo exterior, sin interesarse nunca por la situación vivida en aquel momento. Cabe mencionar que el conflicto yugoslavo estaba de moda en todos los medios del mundo y que el juicio del asesinato de la mujer de OJ Simpson ocupaba los espacios importantes.

Difícilmente los medios internacionales pudieron haber actuado peor. Roméo Dallaire, ex comandante de la misión de asistencia de las Naciones Unidas para Ruanda (UNAMIR) establece que la información saliente de Ruanda pasaba por corresponsales locales que en su mayoría eran radicales hutu. Los medios estaban alienados por su falta de interés en el país. Al iniciarse las hostilidades fueron enviados los periodistas de los medios internacionales, en su mayoría inexpertos y desinteresados. Todos fueron llamados a casa debido al asesinato de los 10 cascos azules belgas que decretó la marcha de la ONU del lugar. Ya había noticias importantes, pocos se interesaron por el genocidio.

No era solo que se considerara una lucha tribal en la mitad de la nada en África, Estados Unidos como paladín de la justicia había decidido dar la espalda a las causas que no tocaran sus intereses después de los acontecimientos de Somalia en 1993, donde murieron 18 soldados en la acción de capturar a Mohamed Farrah Aidid, un dictador local. La prensa norteamericana tomó en bloque la decisión de no involucrar al país en otra guerra. Intereses, prioridades.

Nunca salió información suficiente de lo que realmente sucedía. Cuando aparecía Ruanda en la prensa se mencionaban otras situaciones como la hambruna histórica que azotaba el país y la necesidad de la cooperación internacional, que por la violencia abandonaba progresivamente el país. Nunca se mencionaron las causas de la hambruna, ni se mencionó el genocidio.

Todos llegaron en bloque a Goma (RD Congo) en junio del 94, donde estaban los refugiados hutu sufriendo de hambre y brotes de cólera. Se les registró recibiendo ayuda humanitaria. Eran dos millones de personas, entre ellos se ocultaban los instigadores del genocidio. A ellos se les dio toda la prensa.

Nadie nunca acusó a los medios internacionales por faltar a su responsabilidad social.

La radio hacía parte elemental de la vida cotidiana en Ruanda, en gran medida por el analfabetismo en el país. En algunos pueblos se consideraba que la voz de radio venía de dios. Tenía la mística cautivadora de lo foráneo y novedoso. Ayudaba a transmitir la información en un país con baja infraestructura e informaba a toda la nación de los sucesos recientes, como debe ser. El orden de los hechos acercó a las emisoras ruandesas a la perspectiva colonialista, debilitando identidades y el reconocimiento del otro, con máxima crueldad.

La Radio-Televisión de las Mil Colinas entraría en el grupo de lo tristemente célebre bajo el apodo de la radio del odio, por su difusión del contenido anti tutsi e instigación a la masacre. La propaganda fue su delito, Dellaire decía que participaba como “genocidiaria”. La organización Article 19 diría que los medios fueron un instrumento, no una causa. La única regulación a la mano pudo haber sido la UNAMIR, pero estaba maniatada por todas partes.

Pudieron haberle quitado las armas del genocidio al ejército y a las milicias pero no les dieron la orden, pudieron haber cerrado la RTLM pero la ONU dijo que Ruanda era un estado soberano y que el espectro radiofónico pertenecía al estado soberano y por eso no se podía intervenir. Y tampoco se podía echar mano de una emisora propia por el recorte de presupuesto inicial a la misión. Les habían abierto un espacio en la RTLM, pero no había personal capacitado para hacer uso. Por lo menos hubo impotencia.

Se esgrimió como argumento en el tribunal de Arusha en Tanzania que los medios no fueron los encargados de crear el genocidio, que sólo se prestaba apoyo ideológico. El nivel de preparación de la “solución final” le da algo de validez a este comentario: las armas estaban compradas desde bastante tiempo atrás, las listas de tutsi y de hutu simpatizantes estaban hechas y la secuencialidad de las órdenes para anular poderes extranjeros ubicaban dentro de la macroestructura en un lugar secundario a los medios. Sin ellos igual hubiera sucedido. Pero la palabra clave en este punto es “propaganda”. Cabe reiterarlo, los medios se instrumentalizaron, incitaron al odio racial y guiaron la acción del pueblo.

En esas mismas declaraciones del tribunal de Arusha, Alison des Forges recogió un testimonio del general Théoneste Bagosora, quien aceptó su responsabilidad en el uso de la radio para fines violentos, habiendo trazado el plan de “autodefensas” civiles contemplando su uso potencial. Se construyeron listas de artistas populares que podrían colaborar desde el medio exaltando insistentemente los valores hutu y denunciando los crímenes tutsi.

Pero esto no sólo se quedaba en acudir a gente famosa. RTLM fue pensada para llegar al ciudadano promedio con su programación. Transmitía al aire la música más reciente, especialmente canciones populares congolesas, mientras la tradicional Radio Rwanda todavía manejaba música tradicional y un tono estatal oficial en su comunicación. RTLM era informal y sus locutores eran reconocidos por su chispa y su humor, apreciado incluso por sus víctimas. Se hablaba por la radio como si se conversara entre amigos bien conocidos que se estuvieran relajando con una cerveza de banano.

También se reportaban los hechos con un sensacionalismo subido, incrementando el miedo hutu al subrayar la barbarie tutsi, como al reportar el asesinato del presidente de Burundi, nación fronteriza. El personaje habría sido asesinado hacia finales de 1993 con un bayonetazo en el pecho, pero la RTLM reportó detalles de supuesta tortura, incluyendo la castración de la víctima. En la pre-colonia, algunos reyes tutsi castraban al enemigo vencido y decoraban sus tambores reales con los genitales. Este reporte falso de la castración del presidente de Burundi pretendía recordar al pueblo hutu esta práctica y despertar miedo y repulsión. Y lo lograron.

Los medios también seguían una suerte de agenda sicológica. De acuerdo con Jean-Pierre Chrétien, este asesinato de masas puede ser visto como producto de los métodos de la propaganda moderna. El trabajo de Roger Mucchielli fue clave. Su libro “Sicología de la publicidad y de la propaganda: conocimiento del problema y aplicaciones prácticas”, diseñado para sicólogos, facilitadores y líderes puede ser encontrado junto con todas sus otras publicaciones en la biblioteca de Butare, la Universidad Nacional de Ruanda. El libro inspiró una nota referida a la propaganda expansionista y del reclutamiento, escrita por un intelectual de Butare y luego hallada por el equipo de Alison des Forges. El libro explicaba los mecanismos de condicionamiento necesarios para crear un movimiento de masas, describiendo métodos para moldear una consciencia sólida basada en la indignación frente al enemigo.  Se definen esas tácticas como propaganda espejo, la noción de atribuir a otros lo que se está preparando hacerles. La consciencia sólida legitimaría la acción colectiva basada en la certeza común de estar en el lado del más fuerte y del más justo. La acción colectiva sería la encarnación del pueblo.

Era comprensible la fascinación que algunos organizadores del genocidio demostraron por lo que explicaba Mucchielli. Todos los ingredientes estaban presentes en Ruanda: analfabetismo, proclividad a buscar acuerdos unánimes rodeados de acepciones moralistas, un chivo expiatorio bien establecido en el pueblo tutsi y fuertes referencias a la mayoría.

Hace días le otorgaron un premio a Madeleine Albright por su sempiterna lucha por la paz y los derechos y durante el genocidio demoró la votación por el regreso de la misión UNAMIR a Ruanda cuatro días. Kofi Annan prologa libros sobre la situación en Ruanda pero entonces dio la orden al general Dallaire mantenerse al margen durante el retiro del contingente belga. Con el alcance de la ONU y el conocimiento del genocidio y de su exhaustiva preparación todo esto pudo haberse detenido.

El nivel de imposición y patrocinio de la disputa de Europa viene desde el encumbramiento de los tutsi en el poder como minoría y el desdén hacia los hutu. Curiosamente, las líneas fronterizas actuales se respetan desde la colonia. Todavía falta demasiado para la independencia del pueblo africano, pareciera haberse hecho un esfuerzo por seguir esos paradigmas asumidos como propios, indefensos de sí mismos. Fue claro en los medios.

Estaba muy feo por allá y seguramente estaban en manos de la gente que no era. La labor periodística lleva una mancha desde entonces, y hay una lucha contra el olvido desde los medios y las fundaciones de víctimas. Pero limpiar la profesión no es el desafío del comunicador en Ruanda, queda construir nación.

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