Por Sagabella.
Quiero pensar en el colegio como experiencia que, si bien no ha tocado ni tocó a todos, representó para muchos de sus asistentes cosas muy importantes. Asegurar que hay espacios y momentos que resulten simbólicos en la vida de otro, puede ser una intromisión o un irrespeto al punto de vista de cada quien, pero parece complicado que no sea así.
Al ser uno de los primeros espacios habitados, al ser parte y lugar de cambio y desarrollo del individuo, cabe creer que dichos acontecimientos dejaron una marca. De pronto los primeros amigos, de pronto las primeras peleas, seguro algo tuvo que ver el colegio con la primera borrachera, el primer desamor y otras cosas por el estilo.
Puede verse como una experiencia compleja sin perder de vista su importancia, porque no es necesario que haya buenos recuerdos sobre él, como la primera censura o el primer debate con la autoridad. Toda experiencia escolar, al ser reciente, deja su huella en la mente del personaje que lo vivió todo, y que termina asociándolo a lo que hay alrededor, a generar recordación desde los lugares. A crearlos como paradigma para el futuro.
No resulta difícil reconocer que el simbolismo rodea nuestras vidas. No se puede vivir sin sentirlo, pero resulta complicado tenerlo presente, pues conscientemente no se está pensando en aquella impronta que deja el haber invertido tanto tiempo de la vida en algún lugar, no se está pensando en lo que ha representado estar allí; aunque inconscientemente se vea el resultado en el comportamiento y la vida posterior.
Ejemplos de esto pueden ser cosas tan simples como la aplicación de modales dentro de una mesa, o entrar al baño de hombres o mujeres si no hay confusión al respecto, pero este aspecto sólo toca el descubrimiento y la conducta personal. Con un poco más de análisis, es posible pensar que todos estos protocolos han sido construidos y trabajados para que funcione la vida en comunidad.
Eso desde el resultado, pero la significación colectiva tiene un alcance superior que se evidencia en la pertenencia. Por ese motivo seguiré con el colegio. Cabe recordar que cada uno de ellos nace con misión y visión, y valores y metas, y protocolos de trabajo y de procedimientos que redundan en cada una de las personas que habitó tal o cual institución, sea de manera consciente o inconsciente. No se puede dejar de lado que dichos valores orientaron la educación de cada quien, en el papel y en lo práctico, siendo los profesores orientados por ese lado y eligiendo textos que apuntaran para allá también. Incluso, puede que esos valores y la reputación consiguiente hicieran que los padres dejaran a su hijo a merced de esos precisos profesionales de la educación, para formarlos en competencias y en personalidad.
Y ese fue sólo un primer paso que pudo haberse dado con la matrícula. La importancia de este colegio para el ensayo es demostrar que las personas que aparecieron en esa etapa de nuestras vidas, sea por desgracia o por fortuna, aparecieron por el colegio, aunque suene reincidente. Y, además, se vieron permeadas por esos valores institucionales.
Y esas personas cobraron significado en nuestras vidas. Nuestros primeros amigos estuvieron ahí, nuestro primer profesor chistoso, joven, loco, o la primera profesora sexy de biología, matemáticas o español, o el primer tirano que quiso cortarnos el camino… O doña Rosa, la queridísima mujer de servicios generales que era nuestra amiga y facilitaba uno que otro buen rato.
Hubo cosas, con estas personas y con otras por el estilo, que sólo pasaron en el colegio y que nos hicieron considerarlo como algo más que un espacio. El sitio ya no sólo representaba los valores en los que la educación buscaba implantarnos, sino que creamos unos propios para simbolizar desde allí todo lo sucedido. Y existe ese reconocimiento, producto de la pertenencia al lugar, entre los egresados, o entre muchos otros. Gracias a ese símbolo, se lleva a cabo el reconocimiento del otro.
Quiero hacer la precisión de que en este momento, el colegio no tiene importancia como espacio ya, sino como representación tangible de un momento o de una especie de lucha que tocó a muchas personas, y que les lleva a pensarse en común, en menor o en mayor medida. Considero que la forma en la que el colegio aparece en la geografía urbana y el significado que cobra para tanta gente, lo convierte en un monumento.
Creo que dentro de esta definición de monumento, caben otro tipo de explicaciones. El proceso de creación no tiene que ser tan complejo ni largo, a mi parecer. Puede reconocerse el sancocho, el ajiaco, la arepa o el plato de toda la vida como un símbolo tangible de unidad o de comunión. Remite a ese tiempo invertido con personas con las que se comparte un vínculo, sea la familia o un restaurante favorito.
En fin, todas estas demostraciones significativas son construcciones colectivas. Uno no es el único en tener significado en las cosas. La misma obviedad del asunto lo oculta para todos nosotros.
Cabe entonces mencionar que la sociedad tiene una gran cantidad de comunidades de sentido en ella, y algunos segmentos de población, al reconocerlas como importantes, les proporcionan afecto y respeto. Y cabe preguntar también por el afecto y el respeto a las otras comunidades que parecen distantes y distintas. Esta pregunta cobra importancia al notar la violencia indiscriminada hacia otro, que también es susceptible de guardar sentimientos afines a los propios.
Si bien no para todos está el mismo colegio, ni el mismo estrato, ni nada que parezca ponerlos a todos por igual ni les brinde la posibilidad de una interacción pacífica e igual de significativa, hay elementos que buscan cumplir con la dinámica de monumentos que he querido exponer. Países y ciudades manejan símbolos patrios. Himnos, escudos, banderas, flora y fauna característica y representativa como el mejor ejemplo del caso.
Estos elementos buscan seguir ese camino de reconocimiento y unión, buscan aunar a las personas en torno a ellos, pero en este punto parecen fuera de contexto. Les considero anticuados, al no haber sido construidos por ninguna de las generaciones vigentes, por lo menos en Colombia. No responden a nuestras necesidades, y aunque se intente generar mística a su alrededor, como aquel honroso segundo puesto dentro de la etérea hermosura de los himnos mundiales, o la increíble aparición de Panamá en el escudo, dudo que la integración pretendida suceda en mucho tiempo.
La historia y la trascendencia detrás de estos símbolos, que me he regalado la posibilidad de llamar también “monumentos”, no ha sido del todo bien explicada en los salones de clase. Como ya he mencionado, su distancia de nuestras generaciones contemporáneas les hace distantes. Pero hay una posibilidad de recordar dicho simbolismo y de generarlo en un lugar a menor escala, un lugar más reducido y común, más compartido, donde la idea de localidad ofrezca circunstancias que reúnan a la gente.
Hablo de la ciudad. O bueno, en este caso puede ser un pueblo. Hay un monumento (este sí genérico) que nos ofrece un ejemplo apropiado y pertinente, aunque cruel, de lo que une a una población.
Trujillo, un pueblo del Valle, sufrió durante mucho tiempo una disputa territorial entre guerrillas izquierdistas, paramilitares, ejército y policía; y puso los muertos civiles en un momento incierto dentro de la trayectoria de violencia colombiana. La paranoia por el colaboracionismo hizo que los ataques a la población por parte de los cuatro seudobandos, minaran la cantidad de trujillanos. Quedaron niños, mujeres y ancianos, y muchos de ellos murieron también.
Pero los que casualmente quedaron, dolidos por la masacre sempiterna, buscaron honrar a sus muertos de forma peculiar y valiente. Formaron una escalera con varios bloques de piedra, y esculpieron los rostros exactos de todos sus difuntos ahí, incluso unos cuantos del comité de construcción del monumento, que serían posteriormente asesinados por la naturaleza del proyecto.
Este desafío a la violencia y al desdén por la vida se mantuvo por la presión ciudadana, que anhelaba probarse unida, compacta, entera. El homenaje estaba hecho. Creo que después de eso, aunque la disputa no se había alejado, y con seguridad sigue sin alejarse, la vida en Trujillo debe ser distinta, por lo menos desde los pobladores.
Se puede pensar en el ejemplo de la ciudad con Cali, cuyos monumentos parecen tener una bonita historia individual, pero no mucho de colectivo. Y son bastantes.
Está la excéntrica entrega de una Cuadriga Romana por parte de un importante político valluno, bajo la consigna de simbolizar el impulso y el trabajo en equipo de los vallecaucanos. Está la estatua de Benito Juárez por la Avenida Panamericana, su sueño de unión económica y social para todo un continente. También se puede encontrar el monumento a la Policía Metropolitana, erigido en conmemoración por su centenario en la ciudad y entregado un año después. También está el monumento a la solidaridad, portentoso e imponente, otorgado por la Asociación Latinoamericana de Cámaras de Comercio, en agradecimiento por alojar una de sus asambleas. Y otros como el monumento a la Aviación, en homenaje a la Fuerza Aérea, otorgado por la junta de notables del barrio Santa Isabel.
Y también se pueden ver los clásicos. La sempiterna Ermita, producto de la afición de una mujer por la arquitectura barroca y la grotesca miniaturización, Sebastián de Belalcázar coronando la conquista ajena y señalando hacia el mar. Las Tres Cruces, que alejan las plagas, los improperios, unos cuantos pecados y demás maleficios bíblicos. La torre Mudéjar, frente a la gobernación, otorgada en intercambio por alojo y protección por parte de la iglesia a un arquitecto moro que huía de la inquisición… Y el Gato de Tejada, que sigo sin saber qué simboliza. La lista sigue, hay muchos monumentos, mucho anclaje y poco contexto.
Considero que sólo hay dos monumentos que parecen condensar, de alguna manera, la sabrosura, el poder y el significado de una parte verdaderamente genuina y necesaria de la ciudad. El primero es La Vendedora de Chontaduros, que después de ser sorpresiva o predeciblemente rechazada por varios parques y plazas, adornó hasta hace un tiempo el Club San Fernando, única institución lo suficientemente valiente para ponerla a su servicio. Con la demolición, posiblemente se esté oxidando en una bodega.
Y el monumento de Jovita Feijóo, escondido entre puentes y muy cerca al colegio de Santa Librada, un genuino monumento a la locura, según Ricardo Bueno. Y que además fue manufacturado magníficamente por Mattel.
Creo que estamos frente a un oscuro panorama simbólico. La significación que se da a los monumentos es plenamente subjetiva, y no es que busque que haya un consenso sobre la belleza o sobre la importancia de tal o cual monumento, sino que no existe lo colectivo en dicha diversidad. No hay mucho que pueda lograr que la gente se sienta parte de algo de manera similar a la del ejemplo del colegio. Considero necesario que exista ese rasgo tangible dentro del panorama urbano de la ciudad, porque puede ser que no nos sintamos de ella al no ver gran cosa nuestra en ella.
Sin embargo, esa ausencia puede convertirse en una posibilidad para pensar los monumentos desde la gran comunidad, en la búsqueda de la identidad, el respeto, la pertenencia y el reconocimiento de los otros ciudadanos y de la misma ciudad.
Sonará extraño, pero nuestra respuesta se ubica en una búsqueda responsable y dedicada, que parece no haberse hecho antes. Y no tiene que ser una búsqueda local, relacionada con la calenidad dinámica, o con el espíritu de la época. En Buenos Aires y Washington pusieron grandes falos, bajo el nombre de obeliscos, que jamás perderán vigencia ni imponencia. Jamás serán ignorados.
Y nosotros podemos encontrar uno de esos por nuestra cuenta. Debemos hacerlo. Un símbolo efectivo en la evocación puede representar un cambio inédito, un impulso a abandonar la inoperancia... Y aunque me gustaría decir que este es un país pacífico, no puedo mentir. Pero sería agradable creer que no necesitamos un Trujillo para hacer nuestro monumento significativo acá en Cali.
Las cosas pueden ser más sencillas para que haya eso que nos hace falta.
Hola Camilo. Saludos cordiales.
ResponderEliminarNotable escrito, en particular toda la introducción antes de aterrizar en Trujillo. Ciertamente somos animales simbólicos -en el sentido de generar estos microcosmos que representan tantos valores, opciones, percepciones- pero también diabólicos - en el sentido de separar, dividir, disentir-. Quizás los obeliscos sean más que falos. Podrían ser clítoris en erección o cualquier otra cosa que se nos ocurra.
De sólo pensar en el Chontaduro dan ganas de conocer ese emérito poblado valluno.
Ánimo con todos sus escritos.
Hey, Camilo! Cómo estás, hermano! Al fin tuve la calma suficiente para leerte. Me alegra haberlo hecho. Ahora, con total respeto y aprecio por ti y tu escritura, te expreso lo que sentí al leer tu ensayo con la única pretensión de echar mis cinco centavos al poso de la discusión.
ResponderEliminarValoro poderosamente el propósito que te animó a escribir esto. Creo que tienes razón en lo que dices sobre algunos monumentos caleños: son símbolos con una significación suciamente manipulada por intereses, digamos, políticos, que en lo absoluto representan ni deben ni tienen por qué representar la identidad cultural de la ciudad, pues, como me parece que lo argumentaste, dichas construcciones simbólicas no tienen nada qué ver realmente con lo que somos, porque nuestra historia, el pasado de los que nos sentimos étnicamente identificados como caleños, no fue parte de su construcción. Si confrontáramos la significación de algún monumento con el contexto histórico que lo animó o los intereses políticos o económicos detrás de, probablemente veríamos cuán ridículos somos al sentir orgullo por objetos que, en realidad, atentan y se burlan de nuestra historia.
Muchas veces los íconos foráneos y las ideas orientadas por las lógicas de los poderes sociales y del status quo se sobreponen a la significación histórica de los símbolos, en este caso monumentos, invisibilizando o desdibujando la razón y el contexto de su construcción cultural.
Tú, en tu ensayo, según entendí, esta invisibilización o esta lejanía entre símbolo-monumento e individuo se lo endilgás a la no relación tangible y vivencial que el sujeto tenga con el objeto cultural. Como el colegio, que indudablemente marcó, por la cercanía que tuvo esta experiencia, para bien o para perjuicio, en la cosntrucción integral de todas las personas.
Tal vez en esta parte no estaría del todo de acuerdo con tu ensayo.
Yo no creo (aunque me parece que es un punto de vista interesante y que me agradaría que me lo explicaras personalmente para entenderlo mejor)que el símbolo-monumento deba ser cercano (como la experiencia colegial)al individuo para que tenga validez cultural en este y así no sigamos sintiéndonos identificados con otros monumentos que atentan con nuestra identidad y nos hace quedar en ridículo.
Si me lo preguntás, yo sintetizaría esta enfermedad cultural en dos palabras: desinformación e indiferencia.
Si los sujetos de un determinado grupo social conocieran su pasado, estos serían críticos frente a cualquier pretensión de de-construcción o categorización viciada. La mínimo manifestación frente a ello sería de indignación. Pero claro, para realizar dichas lecturas de la realidad se debe poseer un sentido crítico. Y de eso muchos de nosotros adelecemos. De ahí, creo yo, la indiferencia hacia este tema.
Pero tu ensayo me dejó un grato sabor de boca: pues todo el texto configura un llamado a ver los monumentos de una manera diferente, crítica, en relación con la cercanía que tenga el objeto simbólico con la historia del sujeto, que como sabemos se construye en la relación de la visión personal del mundo y la interacción con los demás. Por eso aplaudo el reconocimiento que le das a los monumentos de Jovita y del Chontaduro. Y por eso, creo que tu texto es valioso: porque dejás el alma en cada palabra, intentando significar que es la significación del grupo social, su construcción identitaria, real y coherente, la que debe ordenar simbólicamente la sociedad y no dejarse guiar por intereses ajenos al reconocimiento pleno e inclusivo del otro, que para lo único que sirven es para seguir promoviendo el odio y la violencia entre sujetos desinformados e indiferentes. Se te hace familiar esta última apreciación?
Hola, entre las cosas que puedo mencionar, va lo siguiente: ...me gusta tú lenguaje, la forma de narrar, la contundencia de las palabras y el uso modesto de los adjetivos. De hecho, es una gran proporcion adjetivada la que empleas. Por cierto, se me escapó una risa por lo de Doña Rosa, pues tambien tuve una muy querida señora de los servicios generales en el cole con ese nombre.
ResponderEliminarAdentrandome en la tesis de tu ensayo, hacemos representaciones e imágenes mentales ante tanto mecanismo simbólico que nos rodea, pero que lastimosamente distan mucho de lo que somos.
Pues el status quo sostiene en un caso particular, que Jovita Feijó es un ícono de la locura, de lo desmedido, cuando es un una vil representacion de la calidad de nuestra gente caleñna, de la variedad de consciencias que nos rodean. Además que desconocimiento el de la sociedad, pues ahí, justo donde se ubica Jovita Feijó, del pintor Diego Pombo, debería estar, en el parque de los estudiantes -mal llamado Jovita-, el monumento en contra de la opresion.. del Maestro Álape, que actualmente se ubica en el barrio Siloé cerca a La Estrella en la ladera.
Esto, la gente lo desconoce, y yo creo que más que un apropiamiento desarraigado, es ese desconocimiento de lo que somos, de lo que tenemos, de lo que nos ha atravezado en nuestra historia caleña; es triste ver como vamos deconstruyendo la historia y cada vez nos alejamos de esa fuente y raiz cultural que nos precede.
Me gusta, además, ese contraste que realizas en torno a La Chontadurera, tan de nuestra región y es irónico, pues ella hace más parte de nuestra cotidianidad que los otros monumentos que en vez de identificarnos, nos desvian y confunden en esta tela de araña capitalista y burocrática.
"cuyos monumentos parecen tener una bonita historia individual, pero no mucho de colectivo. Y son bastantes." Que cierto hay en este desglose que haces de nuetra realidad des-realizada, fijáte que coincido mucho en tu apreciacion pues hay ciertas realidades que nos identifican más y son ciertos persnajes que la misma vida me ha ido dejando en abre bocas, pues sólo son producto de una reconstruccion social de imaginarios colectivos desvirtuados, de épocas pasadas y con secuelas de recuerdos precarios... Es triste... pues más valor tiene los mil y un personajes que una pilla en el centro de mi cali, que tienen tatuados en su rostro, esa calidez de una vida marcada por historias que contar, que sí identifican nuestro sabor y son caleño...
Te agradecería si me compartieras lo que escribes, me gustó lo que leí, pero el tiempo a veces es corto y se me olvidan cosas, entocnes es bien si cuandoe scribis, lo haces público.... :)
Muy buen escrito.
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