10 feb 2012

Cóndor de Olallo


En el pueblo de Olallo en el Callao, el majestuoso cóndor descendió en su última parada antes de subir a la montaña más alta de los Andes, donde acabaría con su vida al ir quedando ciego. Había volado por su extenso reino despidiéndose de sus amigos y llegó a Olallo con colibríes, pingüinos, búhos, osos y todo tipo de felinos, que habían crecido protegidos por el cóndor durante años.

Sabían ellos que era también el último cóndor de la zona y que el nuevo llegaría de otra parte. Las águilas se habían encargado de preguntar en todas partes dónde estaría el sucesor, pero después de un largo tiempo no habían encontrado a nadie. Mucho tiempo pasó hasta que un águila que arrancó tarde y llegó lejos dijo que había encontrado un condorcito en Rubio, en Venezuela, lo suficientemente maduro para llegar sin contratiempos a Olallo.

Para esperar al sucesor, todos los animales que cabían en el pueblo hicieron un festejo. Invitaron a los niños y no a sus padres para que no pasara nada desagradable. La selva les daba toboganes, ramas grandes para que los osos y los micos jugaran, lianas para los niños, los jaguares dibujaban las escenas porque los habían traído para registrar el momento cumbre, el cielo era claro y la ciudad todavía estaba muy lejos de llegar allá. Pasaron tres días y los niños tuvieron que irse, sus padres pasaron preocupados por ellos. Pasaron cuatro y ya la comida se estaba acabando. ¿Qué habría pasado con el legítimo sucesor?

La selva empezó a sacudirse mientras buscaban a uno de los suyos. Por todas partes había jaleo, todos querían cuidar al majestuoso cóndor para que siguiera su destino. Pensativo, llegó hasta el sexto día y luego arrancó hacia los Andes. Nadie le dijo nada, nadie se despidió. Todos habían crecido con él, todos entendían, todos lo dejaron ir. Era un camino solitario para el majestuoso cóndor, que no iba decidido a acabar con su vida sino a buscar al joven heredero. Lanzó una señal fuerte y en Olallo supieron que estaba buscando al desaparecido. Hubo silencio hasta que hubo otra señal, y luego otra… Hasta que paró.

El joven cóndor se había roto un ala y colgaba desde hacía días de una rama. El abismo se abría ante él amenazante, pero no se había rendido. Vivía. Respondió el traquear de la rama y empezó a caer. El gran cóndor utilizó toda su habilidad para montarse al joven en su cuerpo, su envergadura.

-Quise ver cómo era por acá. Crucé una vez cuando era chiquito…
-…
-¿Es usted el gran cóndor? ¿A usted lo sucederé?
-Si – exclamó decidido a volver a ganar altura.

Y volaba y volaba hacia arriba, sin salir nunca de las montañas. Sabía cómo era cada curva de cada árbol de lo que quedaba cerca a Olallo. El joven cóndor no hablaba, no sabía qué iba a suceder.

-No vas a poder volar así, jovencito. No llegarías a ningún lado. Caerse antes de tiempo no tiene gracia y por eso estoy acá. Será mejor que me oigas.

Y contaba el cóndor en el camino al Aconcagua cómo se había creado Olallo, cómo había empezado a ayudarlos a todos, cómo se había ganado el respeto de la selva entera haciendo sólo lo que debía y le gustaba hacer. Pero el fin de su vida se acercaba y él no iba a quedarse sentado esperando.

-¿Por qué lo harás? Cualquiera te cuidaría y te querría…
-Joven cóndor, ya estoy viejo y soy ciego. Ya no puedo ver la belleza, ya no puedo ayudar a nadie, sólo volar… Y eso no es lo que amo. Tu ala no está rota sino torcida, voy a elevarme mucho, entrar en picado y enderezarás tu ala con la fuerza del viento. Caeré y vivirás, si lo haces bien. Considera esto tu última prueba para encargarte de todos, joven cóndor. No veo en vos nada distinto a mí cuando empecé hace tantos años ya, eso me llena de dicha. No tenemos mucho tiempo…

Y así se elevó hasta que vieron Olallo, el mar, las montañas y el límite entre el planeta y el resto de la existencia. El magnífico cóndor se despedía de todos con el mejor de sus vuelos. La caída libre le quitó muchas plumas pero no importaba. Las nubes y el aire también se despedían del cóndor dándole el mejor vuelo para asegurar al sucesor. Sonó un rayo y el joven se separó del anciano. Luego un golpe.

Todo fue silencio por varios segundos. La selva se despedía de su protector justamente cuando a lo lejos suena un chillido y a toda velocidad se acerca el joven cóndor a Olallo. Sin miedo extendió sus alas frente a toda la multitud en el pueblo con todo el impulso. Suena otro golpe, garras en tierra… Y el cóndor cantó la vida de su antecesor. Y el cóndor lloró. Y todos lloraron. Y todos supieron del amor hacia el deber propio, que sólo hay que amar lo que se hace y hacer lo que se ama, más allá de eso nada existe.

1 comentario:

  1. Interesante, ojalá un dia el águila del norte y el cóndor del sur se encontraran!!! lindo, me gustó.

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