Es importante ubicar
a la Comunicación Social en la lucha de poderes de la sociedad. No sobra
mencionar que es un campo transdisciplinar del conocimiento, significa que atraviesa
muchas disciplinas y se vale de distintos conocimientos para emitir juicios y
analizar la realidad, desde un punto de vista epistemológico. Por el lado
colombiano parece ocupar un punto intermedio incómodo entre la sociedad civil,
los grupos armados al margen de la ley, el estado, las ONG y la empresa privada.
Se saca la idea de campo transdisciplinar de la academia a la vida real y se
ubica la responsabilidad del comunicador en muchos lados a la vez, asumiendo la
tarea de visibilizarlos a todos.
Se parte de la
humanidad del periodista, de sus valores y su falibilidad. No está por encima
del bien y del mal, y se acerca más a este último. Verbitski, citado por Flavia
Ivana Ragagnin expone de una bonita forma esta relación:
"El mal es el elemento
supremo del periodismo. Cuando las amenazas de los diabólicos malhechores y
corruptos que acechan a Metrópolis son inminentes, el periodista se convierte
en Superman… Sin embargo no decide por
sí mismo. No tiene proyectos ni ideas, como dice Umberto Eco, “es un sujeto
heterodirigido”. Los intereses establecidos en la ciudad rigen su conducta. El
poder es la vara que le permite discriminar el bien del mal. Superman jamás se
levantará contra las autoridades establecidas.”
Es posible entonces
comprender la difícil tarea del comunicador, su búsqueda por que no se salga
todo de control en su campo de acción. Administrar los contenidos, buscando que
la forma de la información no sea nociva y que la historia desde los medios sea
creíble y responsable es la tarea de todos los días. Como la de Superman, es
una tarea solitaria, y desde ese punto de vista valdría la pena considerar que
la regulación es importante, por dos aspectos que explica Wilson Ruiz
Orejuela de forma clara:
“El
estado debe intervenir para garantizar el ejercicio idóneo de la profesión del
comunicador y la difusión de la investigación, la imparcialidad y veracidad de
lo que se transmite. (…) Una noticia mal presentada causa efectos irreparables.
El escarnio público inmerecido es una de las injusticias más grandes cometidas
contra un ser humano. Es quitarle la libertad. Sentenciar sin fórmula de
juicio.”
A esto podríamos
agregarle, merecidamente, las palabras de Camilo Vargas:
“A
mayores libertades y mayores garantías, mayores responsabilidades.”
Pero la ley no sólo
protege a la ciudadanía o advierte al comunicador. La regulación impide que el
afán comercial bajo el que se mueven casi todos los medios condicione la
información, que la prioridad sea vender. De nuevo, Ragagnin ilumina la
perspectiva:
“Los
problemas éticos que se presentan en el corpus analizado (programas de
televisión argentina) son el resultado de rutinas productivas ajustadas, de la
incompleta formación del periodista en temas judiciales y de la ausencia de
contextualización de los reclamos sociales en un marco político, social y
económico.”
La formación política
de un pueblo permite que la legislación sea más laxa y Argentina, después de
las dictaduras militares y el énfasis en la educación asumió el desafío de
confiar en la libertad de información. Se puede entonces patear al entrevistado
basado en el humor, por ejemplo, pero es posible confiar en la diversidad de
contenidos por la amplitud del mercado, y en la capacidad de duda de un pueblo
que anhela no cometer los mismos errores de nuevo. Por las mismas razones las campañas
publicitarias en dicho país pueden ser más agresivas. Es más posible que alguien
se raje, por supuesto. Pero sólo se aprende a ser libre siendo libre.
Incómoda pero fue
necesaria en algún momento, la inherencia del estado está presente. De todas
formas tiene sus límites y cumple su función de protección, sobre todo en la
zona álgida en la que ya hemos ubicado al periodismo colombiano.
Desafortunadamente sus responsabilidades dependen de toda la sociedad. Si el
ejecutivo es deshonesto, si la ley está bajo asedio, si la fuerza pública
comete animaladas, ¿qué queda como referente y contenido para la labor del
periodista? ¿Entre qué principios se mueve? Se le pide que haga la ley natural
a un lado, pero a la vez se le pide que vaya y defienda su suelto frente a
algún atentado en vivo y en directo para vencer a la competencia. Son
situaciones complicadas.
Siempre he querido
saber qué pasaría si la guerrilla y los paramilitares tuvieran un espacio
estable en los medios colombianos. El rechazo social a estos actores armados
del conflicto es incuestionable dados los actos de barbarie y la negativa a
formalizar el conflicto por parte del estado. Pareciera que se quisiera
combatir el miedo hacia ellos y su capacidad de reclutamiento ocultándolos. Se
les teme al no reconocer que el pueblo podría tomar una decisión más tajante
frente al conflicto conociendo los argumentos completos. Los discursos
subversivos están llenos de lugares comunes y de ideas ya reconocidas a las que
se les daría poca trascendencia. Me atrevo a considerar que la grandilocuencia
no daría suficiente para cautivar por mucho tiempo después de masacres y
narcotráfico repetido y contrarepetido. Para la muestra, un botón de Carlos Castaño:
“Nosotros no estamos defendiendo ni al gobierno, ni
a la oligarquía ni tampoco a lo que la guerrilla llama el régimen. Nosotros
somos clase media que defendemos a la clase media, que no tiene policía ni
ejército. Porque los ricos y el establecimiento tienen quien los defienda. La
Policía y el Ejército son la autodefensa de ellos.”
Esta afirmación deja
claro que los grupos subversivos manejan una agenda mediática. Saben cómo
comunicarse en los medios, saben cómo atacar para revolucionar las salas de
redacción o los noticieros. Las horas, los sitios. Pasó con el atentado del
Club El Nogal La comunicación es susceptible a estas manipulaciones y el país
se demoró en descubrir el peligro de la chiva. Si el contacto con la
insurgencia fuera más directo, no se generaría tanta intriga por parte de la ciudadanía,
no habría inquietud ni consumo.
Cabe pensar también
que ocultar acciones de uno u otro bando para no producir pánico ayuda a
invisibilizar malos actos, comunidades damnificadas y abandono estatal. Duele
ver representantes del campo colombiano tocando puertas en el congreso o en
diversas ONG quejándose por ser ignoradas y en los medios el respeto por la ley
encarnado en contenidos irrelevantes. Lo que termina siendo noticia es lo poco
que llega a ser enjuiciado, la actividad del estado frente a lo poquito
comprobado y duramente comprobable.
Entonces, ¿hasta qué
punto la idea de no mostrar ese tipo de sucesos, o asonadas o disturbios en las
ciudades detiene el flujo de información que permita un cambio? Está bien, no
es necesario mostrar a los líderes de las revueltas, a los acusados o a los
testigos; hay quien debe ser protegido, hay quien puede delatar al protegido,
hay quien no tiene buen nombre para defender. Pero si no se muestra una
perspectiva honesta, seria, amplia, no hay mucho que se pueda hacer todavía
pues no se genera resistencia ni simbolismo alrededor de nada constructivo. Una
noticia más, un hecho aislado que ayuda a alargar distancias entre el pueblo
distante y la ciudad impermeable.
Carlos Castaño aporta
otra perla para entendernos un poco:
“Creo
que, ante todo, un periodista, como cualquier ser humano, tiene que tomar
partido; tiene la obligación de estar del lado del Estado y en contra de los
enemigos del Estado, si es colombiano.”
El periodismo informa
y protege entonces. No le faltaba contexto al líder paramilitar. Pocos medios
han sido tan gobiernistas como los tradicionales, desperdiciando la posibilidad
de ser motores de cambio. Superman jamás se rebeló contra el poder establecido,
reiteraría Verbitski. Defender el Statu Quo no debe ser la única consigna, la
idea de bien común es más amplia que la del orden, o el intento de orden
actual.
Al no permitir ese
tipo de libertad de información se quita la posibilidad de lucro a los portales
legítimamente constituidos, se cotizan dominios de internet que no son fuentes
de garantía, intermediarios de la información y se alimenta la curiosidad.
Seguramente falta mucho por entender para los periodistas nacionales; puede que
algunos sean genios malos, puede que otros sean incompetentes… Pero tener la
posibilidad de entrar en diálogo directo impediría que la opinión se encargara
de ser “la otra cara”, por todos los sesgos que pueda ofrecer. Bourdieu hablaba
en “Sobre la Televisión” de los expertos cooptados y cooptables, de la
repartición de poderes y méritos que iban en detrimento de la mal llamada
opinión pública. Parece peor la alienación al estupor.
Seguramente se darían
otros debates para tratar la información producto de la apertura, se harían
otros señalamientos, algunos peligrosos para los comunicadores, pero no pasaría
nada distinto a lo que sucede ahora. También hay aliados y peones. También hay
comunicación irresponsable desde las guerrillas a las poblaciones, también hay
presión a los medios por ocupar espacios en los medios. ¿Qué otro riesgo se
puede tomar?
Hay indicadores por
parte de varios investigadores que consideran que la información debe ir de cierta
forma para no ofender ni exaltar al país. Liliana Gutiérrez los sintetiza en
seis puntos:
1. El cubrimiento informativo de actos
violentos -ataques contra las poblaciones, masacres, secuestros y combates
entre los bandos- será veraz, responsable y equilibrado. Para cumplir con este
propósito, cada medio definirá normas de actuación profesional que fomenten el
periodismo de calidad y beneficien a su público.
2. No presentaremos rumores como si
fueran hechos. La exactitud, que implica ponerlos en contexto, debe primar
sobre la rapidez.
3. Fijaremos criterios claros sobre las
transmisiones en directo, con el fin de mejorar la calidad de esa información y
evitar que el medio sea manipulado por los violentos.
4. Por razones éticas y de
responsabilidad social no presionaremos periodísticamente a los familiares de
las víctimas de hechos violentos.
5. Estableceremos criterios de difusión
y publicación de imágenes y fotografías que puedan generar repulsión en el
público, contagio con la violencia o indiferencia ante ésta.
6. Respetaremos y fomentaremos el
pluralismo ideológico, doctrinario y político. Utilizaremos expresiones que
contribuyan a la convivencia entre los colombianos.
De la misma forma hay
perspectivas para tratar los delitos y crímenes que no tengan que ver con
actores armados en el conflicto colombiano, pero todos se relacionan directamente
con la responsabilidad del comunicador, aspecto difícilmente definible y enseñable.
Entonces la consciencia del entorno es vital para no fallar a las personas. La consigna
vendría a ser: decir la verdad. Como esto aun parece difuso, la consigna debería
ser: no decir mentiras. Como estamos atacados por nuestra subjetividad, la
consigna se encuentra entre aproximaciones sistémicas o causa-efecto, para
formular contexto de acción o para dejar la marca de otro suceso.
¿Es el compromiso con
el capital, es la calma del pueblo, la reacción airada para acabar con el
conflicto, la mejor información, la ley? Es una desgracia que todo termine
siendo relativo, pero definitivamente no se trata de hablar bien de aquellos
que hacen mal las cosas. La ley no establecía “censura” para los actores
armados antes del decreto 1812 de 1992, pero sigue casi que sin hacerlo. Las
emisoras guerrilleras no son bajadas porque sean guerrilleras sino porque roban
espectro electromagnético, por ejemplo. Los actores armados se declaran al margen
de la ley, y al margen de la ley no pueden adquirir personería jurídica ni
justificar su dinero para adquirir medios. No pueden ser jugados porque el
estado no está donde ellos están, así que están estos decretos para
sancionarlos políticamente y quitarles la voz.
Pareciera que el
periodismo no se ha purificado lo suficiente como para desmontar los límites a
la libertad de expresión, pero el conflicto sí ha cambiado por su cuenta. Tenemos
que ponernos al día para no quedar rezagados (ni rezagar) con odios y traer
alternativas apropiadas para recibir este momento histórico ya que la guerra se
está acabando, de acuerdo con los medios y el gobierno. Ni la ira ni el
resentimiento pueden cegar a la población frente a los excombatientes que van
regresando a la sociedad paulatinamente, con todo el manto de duda que levantan
las falsas desmovilizaciones.
Eso sí es
responsabilidad del periodismo, de absolutamente todos los medios. La libertad
de expresión debería mutar en pro de la integración, porque el desconocimiento
genera temor y rabia en las personas. Debe ser también una apuesta nacional por
la igualdad, la refundación de la patria, el fin de muchos temores. Las cosas
pueden estar cambiando genuinamente y no estamos haciendo nada. Me preguntaba
en estos días, y lo repito al principio de este ensayo, ¿qué se le pide al
periodismo colombiano si el ejecutivo es corrupto, la ley está bajo asedio, la
policía es animal y la empresa privada especula e intriga a placer?
Que cambie por su
cuenta, que represente. Un final categórico y un principio prometedor.
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