24 feb 2012

Limites a la libertad de expresion


Es importante ubicar a la Comunicación Social en la lucha de poderes de la sociedad. No sobra mencionar que es un campo transdisciplinar del conocimiento, significa que atraviesa muchas disciplinas y se vale de distintos conocimientos para emitir juicios y analizar la realidad, desde un punto de vista epistemológico. Por el lado colombiano parece ocupar un punto intermedio incómodo entre la sociedad civil, los grupos armados al margen de la ley, el estado, las ONG y la empresa privada. Se saca la idea de campo transdisciplinar de la academia a la vida real y se ubica la responsabilidad del comunicador en muchos lados a la vez, asumiendo la tarea de visibilizarlos a todos.

Se parte de la humanidad del periodista, de sus valores y su falibilidad. No está por encima del bien y del mal, y se acerca más a este último. Verbitski, citado por Flavia Ivana Ragagnin expone de una bonita forma esta relación:

                "El mal es el elemento supremo del periodismo. Cuando las amenazas de los diabólicos malhechores y corruptos que acechan a Metrópolis son inminentes, el periodista se convierte en Superman…  Sin embargo no decide por sí mismo. No tiene proyectos ni ideas, como dice Umberto Eco, “es un sujeto heterodirigido”. Los intereses establecidos en la ciudad rigen su conducta. El poder es la vara que le permite discriminar el bien del mal. Superman jamás se levantará contra las autoridades establecidas.”

Es posible entonces comprender la difícil tarea del comunicador, su búsqueda por que no se salga todo de control en su campo de acción. Administrar los contenidos, buscando que la forma de la información no sea nociva y que la historia desde los medios sea creíble y responsable es la tarea de todos los días. Como la de Superman, es una tarea solitaria, y desde ese punto de vista valdría la pena considerar que la regulación es importante, por dos aspectos que explica Wilson Ruiz Orejuela de forma clara:

                “El estado debe intervenir para garantizar el ejercicio idóneo de la profesión del comunicador y la difusión de la investigación, la imparcialidad y veracidad de lo que se transmite. (…) Una noticia mal presentada causa efectos irreparables. El escarnio público inmerecido es una de las injusticias más grandes cometidas contra un ser humano. Es quitarle la libertad. Sentenciar sin fórmula de juicio.”

A esto podríamos agregarle, merecidamente, las palabras de Camilo Vargas:

                “A mayores libertades y mayores garantías, mayores responsabilidades.”

Pero la ley no sólo protege a la ciudadanía o advierte al comunicador. La regulación impide que el afán comercial bajo el que se mueven casi todos los medios condicione la información, que la prioridad sea vender. De nuevo, Ragagnin ilumina la perspectiva:

                “Los problemas éticos que se presentan en el corpus analizado (programas de televisión argentina) son el resultado de rutinas productivas ajustadas, de la incompleta formación del periodista en temas judiciales y de la ausencia de contextualización de los reclamos sociales en un marco político, social y económico.”

La formación política de un pueblo permite que la legislación sea más laxa y Argentina, después de las dictaduras militares y el énfasis en la educación asumió el desafío de confiar en la libertad de información. Se puede entonces patear al entrevistado basado en el humor, por ejemplo, pero es posible confiar en la diversidad de contenidos por la amplitud del mercado, y en la capacidad de duda de un pueblo que anhela no cometer los mismos errores de nuevo. Por las mismas razones las campañas publicitarias en dicho país pueden ser más agresivas. Es más posible que alguien se raje, por supuesto. Pero sólo se aprende a ser libre siendo libre.

Incómoda pero fue necesaria en algún momento, la inherencia del estado está presente. De todas formas tiene sus límites y cumple su función de protección, sobre todo en la zona álgida en la que ya hemos ubicado al periodismo colombiano. Desafortunadamente sus responsabilidades dependen de toda la sociedad. Si el ejecutivo es deshonesto, si la ley está bajo asedio, si la fuerza pública comete animaladas, ¿qué queda como referente y contenido para la labor del periodista? ¿Entre qué principios se mueve? Se le pide que haga la ley natural a un lado, pero a la vez se le pide que vaya y defienda su suelto frente a algún atentado en vivo y en directo para vencer a la competencia. Son situaciones complicadas.

Siempre he querido saber qué pasaría si la guerrilla y los paramilitares tuvieran un espacio estable en los medios colombianos. El rechazo social a estos actores armados del conflicto es incuestionable dados los actos de barbarie y la negativa a formalizar el conflicto por parte del estado. Pareciera que se quisiera combatir el miedo hacia ellos y su capacidad de reclutamiento ocultándolos. Se les teme al no reconocer que el pueblo podría tomar una decisión más tajante frente al conflicto conociendo los argumentos completos. Los discursos subversivos están llenos de lugares comunes y de ideas ya reconocidas a las que se les daría poca trascendencia. Me atrevo a considerar que la grandilocuencia no daría suficiente para cautivar por mucho tiempo después de masacres y narcotráfico repetido y contrarepetido. Para la muestra, un botón de Carlos Castaño:

            Nosotros no estamos defendiendo ni al gobierno, ni a la oligarquía ni tampoco a lo que la guerrilla llama el régimen. Nosotros somos clase media que defendemos a la clase media, que no tiene policía ni ejército. Porque los ricos y el establecimiento tienen quien los defienda. La Policía y el Ejército son la autodefensa de ellos.”

Esta afirmación deja claro que los grupos subversivos manejan una agenda mediática. Saben cómo comunicarse en los medios, saben cómo atacar para revolucionar las salas de redacción o los noticieros. Las horas, los sitios. Pasó con el atentado del Club El Nogal La comunicación es susceptible a estas manipulaciones y el país se demoró en descubrir el peligro de la chiva. Si el contacto con la insurgencia fuera más directo, no se generaría tanta intriga por parte de la ciudadanía, no habría inquietud ni consumo.

Cabe pensar también que ocultar acciones de uno u otro bando para no producir pánico ayuda a invisibilizar malos actos, comunidades damnificadas y abandono estatal. Duele ver representantes del campo colombiano tocando puertas en el congreso o en diversas ONG quejándose por ser ignoradas y en los medios el respeto por la ley encarnado en contenidos irrelevantes. Lo que termina siendo noticia es lo poco que llega a ser enjuiciado, la actividad del estado frente a lo poquito comprobado y duramente comprobable.

Entonces, ¿hasta qué punto la idea de no mostrar ese tipo de sucesos, o asonadas o disturbios en las ciudades detiene el flujo de información que permita un cambio? Está bien, no es necesario mostrar a los líderes de las revueltas, a los acusados o a los testigos; hay quien debe ser protegido, hay quien puede delatar al protegido, hay quien no tiene buen nombre para defender. Pero si no se muestra una perspectiva honesta, seria, amplia, no hay mucho que se pueda hacer todavía pues no se genera resistencia ni simbolismo alrededor de nada constructivo. Una noticia más, un hecho aislado que ayuda a alargar distancias entre el pueblo distante y la ciudad impermeable.

Carlos Castaño aporta otra perla para entendernos un poco:

                “Creo que, ante todo, un periodista, como cualquier ser humano, tiene que tomar partido; tiene la obligación de estar del lado del Estado y en contra de los enemigos del Estado, si es colombiano.”

El periodismo informa y protege entonces. No le faltaba contexto al líder paramilitar. Pocos medios han sido tan gobiernistas como los tradicionales, desperdiciando la posibilidad de ser motores de cambio. Superman jamás se rebeló contra el poder establecido, reiteraría Verbitski. Defender el Statu Quo no debe ser la única consigna, la idea de bien común es más amplia que la del orden, o el intento de orden actual.

Al no permitir ese tipo de libertad de información se quita la posibilidad de lucro a los portales legítimamente constituidos, se cotizan dominios de internet que no son fuentes de garantía, intermediarios de la información y se alimenta la curiosidad. Seguramente falta mucho por entender para los periodistas nacionales; puede que algunos sean genios malos, puede que otros sean incompetentes… Pero tener la posibilidad de entrar en diálogo directo impediría que la opinión se encargara de ser “la otra cara”, por todos los sesgos que pueda ofrecer. Bourdieu hablaba en “Sobre la Televisión” de los expertos cooptados y cooptables, de la repartición de poderes y méritos que iban en detrimento de la mal llamada opinión pública. Parece peor la alienación al estupor.

Seguramente se darían otros debates para tratar la información producto de la apertura, se harían otros señalamientos, algunos peligrosos para los comunicadores, pero no pasaría nada distinto a lo que sucede ahora. También hay aliados y peones. También hay comunicación irresponsable desde las guerrillas a las poblaciones, también hay presión a los medios por ocupar espacios en los medios. ¿Qué otro riesgo se puede tomar?

Hay indicadores por parte de varios investigadores que consideran que la información debe ir de cierta forma para no ofender ni exaltar al país. Liliana Gutiérrez los sintetiza en seis puntos:

        1. El cubrimiento informativo de actos violentos -ataques contra las poblaciones, masacres, secuestros y combates entre los bandos- será veraz, responsable y equilibrado. Para cumplir con este propósito, cada medio definirá normas de actuación profesional que fomenten el periodismo de calidad y beneficien a su público.
        2. No presentaremos rumores como si fueran hechos. La exactitud, que implica ponerlos en contexto, debe primar sobre la rapidez.
        3. Fijaremos criterios claros sobre las transmisiones en directo, con el fin de mejorar la calidad de esa información y evitar que el medio sea manipulado por los violentos.
        4. Por razones éticas y de responsabilidad social no presionaremos periodísticamente a los familiares de las víctimas de hechos violentos.
        5. Estableceremos criterios de difusión y publicación de imágenes y fotografías que puedan generar repulsión en el público, contagio con la violencia o indiferencia ante ésta.
        6. Respetaremos y fomentaremos el pluralismo ideológico, doctrinario y político. Utilizaremos expresiones que contribuyan a la convivencia entre los colombianos.

De la misma forma hay perspectivas para tratar los delitos y crímenes que no tengan que ver con actores armados en el conflicto colombiano, pero todos se relacionan directamente con la responsabilidad del comunicador, aspecto difícilmente definible y enseñable. Entonces la consciencia del entorno es vital para no fallar a las personas. La consigna vendría a ser: decir la verdad. Como esto aun parece difuso, la consigna debería ser: no decir mentiras. Como estamos atacados por nuestra subjetividad, la consigna se encuentra entre aproximaciones sistémicas o causa-efecto, para formular contexto de acción o para dejar la marca de otro suceso.

¿Es el compromiso con el capital, es la calma del pueblo, la reacción airada para acabar con el conflicto, la mejor información, la ley? Es una desgracia que todo termine siendo relativo, pero definitivamente no se trata de hablar bien de aquellos que hacen mal las cosas. La ley no establecía “censura” para los actores armados antes del decreto 1812 de 1992, pero sigue casi que sin hacerlo. Las emisoras guerrilleras no son bajadas porque sean guerrilleras sino porque roban espectro electromagnético, por ejemplo. Los actores armados se declaran al margen de la ley, y al margen de la ley no pueden adquirir personería jurídica ni justificar su dinero para adquirir medios. No pueden ser jugados porque el estado no está donde ellos están, así que están estos decretos para sancionarlos políticamente y quitarles la voz.

Pareciera que el periodismo no se ha purificado lo suficiente como para desmontar los límites a la libertad de expresión, pero el conflicto sí ha cambiado por su cuenta. Tenemos que ponernos al día para no quedar rezagados (ni rezagar) con odios y traer alternativas apropiadas para recibir este momento histórico ya que la guerra se está acabando, de acuerdo con los medios y el gobierno. Ni la ira ni el resentimiento pueden cegar a la población frente a los excombatientes que van regresando a la sociedad paulatinamente, con todo el manto de duda que levantan las falsas desmovilizaciones.

Eso sí es responsabilidad del periodismo, de absolutamente todos los medios. La libertad de expresión debería mutar en pro de la integración, porque el desconocimiento genera temor y rabia en las personas. Debe ser también una apuesta nacional por la igualdad, la refundación de la patria, el fin de muchos temores. Las cosas pueden estar cambiando genuinamente y no estamos haciendo nada. Me preguntaba en estos días, y lo repito al principio de este ensayo, ¿qué se le pide al periodismo colombiano si el ejecutivo es corrupto, la ley está bajo asedio, la policía es animal y la empresa privada especula e intriga a placer?

Que cambie por su cuenta, que represente. Un final categórico y un principio prometedor.

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