En el pueblo de Olallo en el
Callao, el majestuoso cóndor descendió en su última parada antes de subir a la montaña
más alta de los Andes, donde acabaría con su vida al ir quedando ciego. Había
volado por su extenso reino despidiéndose de sus amigos y llegó a Olallo con
colibríes, pingüinos, búhos, osos y todo tipo de felinos, que habían crecido
protegidos por el cóndor durante años.
Sabían ellos que era también
el último cóndor de la zona y que el nuevo llegaría de otra parte. Las águilas
se habían encargado de preguntar en todas partes dónde estaría el sucesor, pero
después de un largo tiempo no habían encontrado a nadie. Mucho tiempo pasó
hasta que un águila que arrancó tarde y llegó lejos dijo que había encontrado
un condorcito en Rubio, en Venezuela, lo suficientemente maduro para llegar sin
contratiempos a Olallo.
Para esperar al sucesor, todos
los animales que cabían en el pueblo hicieron un festejo. Invitaron a los niños
y no a sus padres para que no pasara nada desagradable. La selva les daba
toboganes, ramas grandes para que los osos y los micos jugaran, lianas para los
niños, los jaguares dibujaban las escenas porque los habían traído para
registrar el momento cumbre, el cielo era claro y la ciudad todavía estaba muy
lejos de llegar allá. Pasaron tres días y los niños tuvieron que irse, sus
padres pasaron preocupados por ellos. Pasaron cuatro y ya la comida se estaba
acabando. ¿Qué habría pasado con el legítimo sucesor?
La selva empezó a sacudirse
mientras buscaban a uno de los suyos. Por todas partes había jaleo, todos
querían cuidar al majestuoso cóndor para que siguiera su destino. Pensativo,
llegó hasta el sexto día y luego arrancó hacia los Andes. Nadie le dijo nada,
nadie se despidió. Todos habían crecido con él, todos entendían, todos lo
dejaron ir. Era un camino solitario para el majestuoso cóndor, que no iba
decidido a acabar con su vida sino a buscar al joven heredero. Lanzó una señal
fuerte y en Olallo supieron que estaba buscando al desaparecido. Hubo silencio
hasta que hubo otra señal, y luego otra… Hasta que paró.
El joven cóndor se había roto
un ala y colgaba desde hacía días de una rama. El abismo se abría ante él
amenazante, pero no se había rendido. Vivía. Respondió el traquear de la rama y
empezó a caer. El gran cóndor utilizó toda su habilidad para montarse al joven
en su cuerpo, su envergadura.
-Quise ver cómo era por acá.
Crucé una vez cuando era chiquito…
-…
-¿Es usted el gran cóndor? ¿A
usted lo sucederé?
-Si – exclamó decidido a
volver a ganar altura.
Y volaba y volaba hacia
arriba, sin salir nunca de las montañas. Sabía cómo era cada curva de cada
árbol de lo que quedaba cerca a Olallo. El joven cóndor no hablaba, no sabía
qué iba a suceder.
-No vas a poder volar así,
jovencito. No llegarías a ningún lado. Caerse antes de tiempo no tiene gracia y
por eso estoy acá. Será mejor que me oigas.
Y contaba el cóndor en el
camino al Aconcagua cómo se había creado Olallo, cómo había empezado a
ayudarlos a todos, cómo se había ganado el respeto de la selva entera haciendo
sólo lo que debía y le gustaba hacer. Pero el fin de su vida se acercaba y él
no iba a quedarse sentado esperando.
-¿Por qué lo harás? Cualquiera
te cuidaría y te querría…
-Joven cóndor, ya estoy viejo
y soy ciego. Ya no puedo ver la belleza, ya no puedo ayudar a nadie, sólo
volar… Y eso no es lo que amo. Tu ala no está rota sino torcida, voy a elevarme
mucho, entrar en picado y enderezarás tu ala con la fuerza del viento. Caeré y
vivirás, si lo haces bien. Considera esto tu última prueba para encargarte de
todos, joven cóndor. No veo en vos nada distinto a mí cuando empecé hace tantos
años ya, eso me llena de dicha. No tenemos mucho tiempo…
Y así se elevó hasta que
vieron Olallo, el mar, las montañas y el límite entre el planeta y el resto de
la existencia. El magnífico cóndor se despedía de todos con el mejor de sus
vuelos. La caída libre le quitó muchas plumas pero no importaba. Las nubes y el
aire también se despedían del cóndor dándole el mejor vuelo para asegurar al
sucesor. Sonó un rayo y el joven se separó del anciano. Luego un golpe.
Todo fue silencio por varios
segundos. La selva se despedía de su protector justamente cuando a lo lejos
suena un chillido y a toda velocidad se acerca el joven cóndor a Olallo. Sin
miedo extendió sus alas frente a toda la multitud en el pueblo con todo el
impulso. Suena otro golpe, garras en tierra… Y el cóndor cantó la vida de su
antecesor. Y el cóndor lloró. Y todos lloraron. Y todos supieron del amor hacia
el deber propio, que sólo hay que amar lo que se hace y hacer lo que se ama,
más allá de eso nada existe.
Interesante, ojalá un dia el águila del norte y el cóndor del sur se encontraran!!! lindo, me gustó.
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