Malos hábitos quedaron de esos
momentos aciagos. El primero de ellos fue considerar al latinoamericano como
carente de cultura y conocimientos, sin pasado ni presente productivo. El
desarrollo era concebido como la necesidad de modelar a las naciones pobres a
imagen y semejanza de los países industrializados. Como el continente había
sido destinado para producir materias primas y solucionar futuros problemas de
alimentación, la mayor cantidad de esfuerzos fue orientada a la agricultura.
Entonces se generó violencia para fortalecer la posición de las empresas
explotadoras y muchos países fueron intervenidos por Estados Unidos: Guatemala,
Nicaragua, Colombia y Cuba sobresalen como ejemplo.
Esa
intervención no llegó sólo a las esferas económicas y ejecutivas, se pretendió
lograr su adaptación para la comunidad a través del mercadeo social, un intento
por parte de las naciones poderosas de contemplar a las comunidades en sus
agendas. Productos como los preservativos, la comida chatarra, la leche en
polvo y las campañas que se usaron para promoverlos (artistas y demás)
influenciaron fuertemente los patrones de comportamiento y las rutinas de las
personas. Sólo en Nicaragua el daño causado por esas acciones de
mercadeo social fue enorme, ya que se logró persuadir a las madres de que la
leche en polvo era mejor que la leche materna.
Según
Alfonso Gumucio: “Había razones estructurales - el subdesarrollo
y la pobreza no eran solamente producto de “taras” culturales ancestrales, sino
de un sistema de explotación de los países pobres por los países ricos y de
enormes desequilibrios sociales - que explicaban las verdaderas causas del
subdesarrollo y del atraso económico. Esas ideas se expresaron en las teorías
de la dependencia. Tanto la acción social y política como el marco de análisis
teórico influyeron en el nacimiento de innumerables experiencias de
comunicación alternativa y participativa, en contextos comunitarios, tanto
urbanos como rurales, cuyo principal objetivo era conquistar espacios de
expresión antes inexistentes. “
La comunicación para el
desarrollo, producto de esta autocontemplación, pasa por consagrarnos a
nosotros mismos como figuras de cambio, como productores de ideales, como
dueños y beneficiarios de los procesos. La preocupación por la participación
abre un gran espectro de acción y cambia completamente la formulación de
proyectos de desarrollo.
Descubrir la necesidad de
partir del trasfondo de cada comunidad requiere más responsabilidad, todo
parece una historia distinta cada vez cuando se busca apelar a la cultura de
cada territorio. Es necesario incluso reformular el concepto de cultura, antes
asociado al nivel de afinidad con las tradiciones foráneas por imponer el único
modelo posible, y ahora relacionado con la organización social, las expresiones
artísticas y las creencias de cada grupo social definido. Algo similar pasó con
las identidades culturales, factores cohesionadores que permiten la convivencia
y la unicidad.
Se obligó a reformular el
perfil del comunicador para el desarrollo. Quedaba claro que el manejo de la
tecnología no sería suficiente para que una comunidad observara sus
dificultades y llegara a un acuerdo sobre sus necesidades. Lo que se puso en juego
fue la sensibilidad, la buena intención, las ganas de aprender. La comprensión.
Sin embargo, es necesario que
los beneficiados tomen parte. Las viejas políticas previas se habían
desarrollado bajo la bandera del asistencialismo, transformando la idea de
desarrollo en la de regalo y manteniendo la dinámica de emisor-receptor. La
participación dentro de la comunicación para el desarrollo requiere que la
comunidad construya el accionar y se apropie del proyecto para lograr la
sostenibilidad, la inserción apropiada, el beneficio común. El Corregimiento El
Hormiguero, al sur de Santiago de Cali, se ha convertido en un ejemplo de
desarrollo al lograr que personas de la comunidad traten el agua del Río Cauca
para el consumo de sus cinco veredas, por ejemplo.
Aunque suene evidente, cabe
insistir en que lograr que una iniciativa en desarrollo funcione a través de la
participación se traduce en lograr la autonomía para algún sector de la
comunidad. El profundo reconocimiento de aquellas necesidades significa asumir
el propio destino, de alguna forma reconstruir la propia cultura, decisiones
propias. No ha sido una época de autodeterminación para los pueblos del tercer
mundo, por eso la comunicación para el desarrollo ha sido un gran paso para
hacer que las cosas funcionen. La participación logra la competitividad y el
cambio para las comunidades en desventaja. Traduce en resultados la posesión
legítima del territorio por parte de las comunidades.
Es, definitivamente, algo que debe ser explicado por el
desconocimiento que hay a su alrededor. Antes de esta materia no tenía muy
claro cómo funcionaba la comunicación para el desarrollo, más allá de experiencias
aceleradas por la inexperiencia. La perspectiva que tenía era que consideraba
que se relacionaba mucho más con la gestión de dineros y ayudas o cargos
administrativos en ONG, que era la comunicación organizacional de las causas
sociales.
Pero yendo a El Hormiguero descubrí que este modelo era
más que un trabajo de comunicación dentro de la comunidad y que trascendía las
organizaciones. Ver cómo la gente conoce y asiste a los trabajadores de las
plantas de agua porque son primos, ver el apoyo de jóvenes y ancianos a la
Junta de Acción Comunal, ver ganas de hacer cosas por el corregimiento en
ellos. Cuenta como cambio del consumo simbólico, ¿no? Los héroes son otros… ¡Y
los proyectos pueden ser tantos! No se puede caer en el lugar común de
considerar que el desarrollo se limita también a emisoras comunitarias y
telecentros. Es emocionante saber que es un campo apenas abriéndose y que falta
todo por hacer…
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