Desde pequeño (entre final fantasy y algunos libros de filosofía) imaginé un motor que da vida a la existencia con proyectores, con impulsos y potencias, una máquina que luego se aferra a su creación. No me importa mucho el funcionamiento, el motor condensa el tiempo, el espacio, la materia, los afectos...
Y se encuentra lejos...
Un pasillo metálico se retuerce en el descenso a la máquina, que ocupa todo el abismo y se erige como última frontera entre la existencia y el vacío. La aplastante verdad: no hay que ser tan cuidadoso.
Se ven desde la distancia los acabados barrocos del motor, se confunden con las piezas y liberan humo. Lucen hechos para eternidades. Ya cerca la máquina abarca todo el espectro de visión, sin embargo... Impone un espacio. Frente a ella el pasillo es de concreto y sin barandas. Las luces intermitentes brillan desde las barandas. Otra luz de orígen desconocido alumbra al pasillo en medio del abismo...
Me atrae esa idea de que los creadores fallecieron y estamos, por lo menos, entre nosotros... Y nosotros entre pétalos de universos... De pronto el humano se ve sobrecogido por la grandeza, decide sentarse y contemplar a la madre máquina sin cuestionamientos. Aunque no falta el que luche contra ella...
No hay comentarios:
Publicar un comentario